lunes, 17 de abril de 2017

Comentario

El Sol (Madrid), 22 de mayo de 1931

Corre por estas tierras un suceso muy significativo de un sujeto, creo que de Fuentelapeña, apodado, por cierto “el Obispo”. Y es que se hallaba una vez presenciando una capea en la plaza del pueblo, muy tranquilo y sosegado, solo entre los demás, con su lomo en tripa, su pan y su bota de vino, y entre las piernas ―hallábase sentado― una larga vara. De pronto estalló cerca de él, en el tablado, un alboroto, dos que se trabaron primero de palabras y luego de manos y empezó la refriega. Al percatarse de ello “el Obispo”, ajeno al caso y con quien no iba nada, despertó como de un sueño, púsose en pie, blandió la vara haciendo con ella un molinete y mirando, sin ver, al alto, voceó: “¿A quién le pego?” He aquí un hombre representativo y simbólico este “Obispo” de Fuentelapeña, que estaba en “¿A quién le pego?” Sus congéneres verbenean ahora a merced de la histeria colectiva que se da en llamar espíritu revolucionario, aunque ni de revolución y ni siquiera de revolucionarismo tenga mucho. Tiene más del famoso grito de ficción de guerra de los tarasconenses tartarinescos, aquel “fem du bruit”, esto es, “metamos ruidos”. Que recuerda a su vez el de destruir “en medio del estruendo” lo existente de aquel D. Juan Prim y Prats, el que desde fuera de España ganó la batalla de Alcolea.

¡Cuántas veces me tengo que acordar en estos días del “Obispo” de Fuentelapeña y de su vara! ¡Cuántas veces de Prim! ¡Y cuántas de las Reflexiones sobre la violencia, de Jorge Sorel! Los recordaba sobre todo una tarde en que en mi querido Ateneo Literario, Artístico y Científico de Madrid presencié, hace muy poco, una novillada. Esperando ―y mi espera fue frustrada― que de allí saliera la dictadura de la mocedad ateneísta en España. Porque me parece mucho más congruente que el pedirle a un Gobierno, y a un Gobierno en que no se confía, que ejerza la dictadura, el recabarla para sí quien se la pida. ¡Dictaduras al dictado, no! Pero, ¡ay!, no salió de allí la dictadura que yo, con expectación más bien estética, esperaba. Todo acabó en una votación después de un regular voceo.

Y ahora quiero comentar brevemente una de las peticiones de aquel “¿A quién le pegamos?” moceril. Es la de la disolución de los Cuerpos de la Guardia civil y de Seguridad y creación de milicias armadas, cuyos cuadros se formarán dentro de las organizaciones obreras y de los partidos republicanos.

Parece natural que los miembros de las organizaciones obreras y de los partidos republicanos que tengan oficio o beneficio, que se ganen su vida con una profesión o menester calificados, no vayan a dejar éstos para hacerse milicianos, es decir, mercenarios del Estado, con camisa roja, negra, amarilla, azul o verde. Guardia verde llaman a la de los “schupos”. Estos milicianos armados para sustituir a los disueltos Cuerpos de la Guardia civil y de Seguridad, no podrían simultanear su función miliciana con las obligaciones de sus respectivos oficios, sino que harían de la milicia revolucionaria un oficio y un beneficio. La solución habría de ser, pues, la de formar esas milicias con los obreros parados, esta nueva categoría que tanto se parece a lo que se llamaban “esquiroles”, y a lo que Carlos Marx llamó el ejército de reserva. Pero es claro que al dar así ocupación a los obreros parados, formando con ellos Soviets de milicianos o fajos ―“fasci” en italiano―, quedarían sin ocupación los actuales guardias civiles y guardias de Seguridad, vulgo “romanones”, y estos pasarían a ser obreros parados. Con lo que nada se habría resuelto.

¿Que los guardias civiles y “romanones” actuales tienen sobre sí estos o los otros defectos de ordenanza que les han atraído la enemiga de una gran parte del pueblo español? Bueno; pero al verse armados esos sujetos salidos no de las organizaciones obreras ni de los partidos republicanos, sino de la reserva de los sin trabajo, de los parados, ¿no brotarían en ellos las mismas características que han hecho odiosos a una parte del pueblo a los actuales guardadores del llamado orden? Dudo mucho de que a la larga los obreros de verdad, los que quieren ganarse la vida sirviendo al bien público, soportaran a los que armados habrían de protegerlos. Todos los regímenes han acabado por sucumbir bajo la tiranía de los encargados de sostenerlos con las armas. El mismo proletariado sucumbe al fin al yugo de los pretorianos del proletarismo. Milicia revolucionaria armada, Soviet de soldados rojos, fajo de camisas negras, todo es igual. ¿Qué salida hay para esto?

Dejemos el “¿A quién le pego?” para verlo.

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