miércoles, 19 de abril de 2017

Nación, estado, iglesia, religión

El Sol (Madrid), 2 de julio de 1931

Heme recogido esquivando el trajín de las elecciones, o, mejor, de los escrutinios. Tengo algo más que escudriñar ―o desgorgojar, que se diría traduciendo del catalán― que no votos de sufragio. Ni he de comentar elecciones, escrutinios y escudriños, ¿para qué? Comentaré, en rumia, mi último comentario aquel en que os decía de la Iglesia y del Estado, del Pontificado y del Imperio, la patria y la religión. Porque me he dado cuenta de que nos conviene precisar más las palabras, ya que toda lógica es gramática.

Y ante todo hay que percatarse bien de lo que quieren decir Iglesia y Estado, y más ahora en que tanto se asenderea lo de su mutua separación. Primero, Iglesia. Iglesia es ―así se nos enseñó en el Catecismo― “la congregación de los fieles todos”, no de los clérigos sólo, de los fieles, la inmensa mayoría de los cuales la forman laicos o legos. La Iglesia no es, pues, la clerecía, no es el cuerpo sacerdotal, no es lo que podríamos llamar la burocracia eclesiástica. Y hay iglesias sin clerecía.

Y si la Iglesia no puede confundirse con la clerecía, o reducirse a ésta, tampoco se puede confundir la nación con el Estado, o reducirse a éste. Si hay palabra ambigua es esta de Estado, con la que juegan federales, comunistas, anarquistas, sindicalistas y sus adversarios y contradictores. Estados o estamentos se llamó a las clases que estaban representadas en las Cortes: nobleza, clero, burguesía, estado llano. Y Estado suele llamarse a la corporación de los que ejercen el Poder público, a la burocracia a que viven sujetos los llamados Gobiernos. De donde resulta que el Estado viene a ser a la nación lo que la clerecía a la Iglesia. Y preguntar si cabe nación sin Estado es como preguntar si cabe Iglesia sin clerecía, por mínimos que el Estado y la clerecía sean.

¡Sin clerecía! Ni para entrar en la Iglesia cristiana católica hace falta, ya que se entra por el bautismo, y puede bautizar cualquier hombre o mujer en uso de razón. Como en el sacramento del matrimonio son ministros los contrayentes, los que se casan. Dos casos del hondo laicismo de nuestra religión oficial y popular española. Laicismo que late en muchas de sus prácticas y en muchos de sus cultos. El feligrés y vecino de un pueblecillo se siente tal, feligrés y vecino sin relación al párroco y al alcalde. La honda unidad del pueblecillo no depende de los agentes de la autoridad, como son párroco y alcalde, sino de la autoridad misma, que es algo impersonal y colectivo, llámese parroquia o concejo.

¿Separar la Iglesia del Estado? ¿Qué quiere decir esto? ¿Quiere decir separar la clerecía de la burocracia civil? ¿Que no cobre el clero de los impuestos públicos? ¿Que no sea el cura un funcionario civil? Entonces habría que ver si ello conviene a la nación y a la Iglesia, a la patria y a la religión. Porque eso de que la religión es asunto puramente individual o privado, resulta, históricamente, un error. La religión sea lo que fuere, es un lazo entre individuos, un lazo que religa. Lo que es la religión bolchevique y lo que es la religión fajista. Fajismo, de fajo ―palabra que tomamos hace siglos del italiano fascio, haz, las dos del latín fascis―, no es sino religionismo, bien que pagano. Es religionismo nacionalista o de Estado.

Cuando se discuta, pues, la separación de la Iglesia y del Estado, véase si conviene a la Iglesia, a la religión, y a la vez a la nación, a la patria, a separar la clerecía de la burocracia civil; pero no se crea que el problema toca a lo hondo de la Iglesia y de la nación, de la religión y de la patria. La nación, la patria, se sostiene en un culto a la Historia, al pasado que no pasa, al pasado eterno, que es a la vez presente y porvenir eternos, que es eternidad, que es historia. El culto a los muertos, que no es culto a la muerte, sino a la inmortalidad; el culto a los muertos siempre vivos es el principio espiritual de la continuidad humana, es la tradición siempre en progreso. Y esta Iglesia y esta nación son inseparables. El día en que de un rito o de otro, con agua o sin ella, se deje de bautizar al que entra en una comunidad nacional se habrá acabado la nación. Y esto aunque subsista el Estado, como un tumor que aún persiste sobre un cadáver. Y de esto nos enseña aquel hondo fenómenos histórico de laicización de una Iglesia nacional, que fue el movimiento husita ―el de Juan Hus― en Bohemia, donde la nación, sacudiendo el Estado imperial austríaco, ha renacido como Checoslovaquia.

Católicos anticlericales conozco, pero también conozco clericales anticatólicos. Y sé que el problema ese de la separación de que se habla no era un problema religioso sino económico. Y en cuanto a las Órdenes llamadas religiosas, no olvidemos que sus corporaciones se nutren por una especie de recluta malthusiana. Y que ahora tales corporaciones o comunidades, a favor de la persecución que las amaga, se encuentran en una especie de disolución íntima.

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