domingo, 7 de mayo de 2017

¿Derrotismo? ¿Pesimismo?

El Sol (Madrid), 18 de septiembre de 1931

El otro día al volver a reestrenarse en las Cortes el Sr. Alba, se creyó obligado a sincerarse diciéndonos que él no es derrotista. Tristes palabras las más de éstas en -ista y en -ismo, que hacen tanto daño porque aun conservan “prestigio”. Y subrayo ésta de prestigio porque en latín, en su sentido originario ―o aboriginario si se quiere― vale por engaño. Y no suele ser más que engaño el valor de esas palabras en -ista y en -ismo, con las que tratamos de ahorrarnos de tener que pensar. Derrotismo es una de ellas.

¿Qué es eso de “derrotismo”, traducción del francés “defaitisme”? Es más que una palabra, que debe ser una idea, un truco inventado por los que no quieren mirar las cosas a toda luz y con los ojos bien abiertos. Y hay que mirarse, tenemos que mirarnos unos a otros, sobre todo cuando se nos invita al abrazo de la concordia. No hay concordia posible a ojos cerrados y vencidos por prestigios, esto es, por engaños. Toda concordia presupone sinceridad y veracidad. Prestigios, engaños, no; vengan en la forma que vinieren. Las habilidades suelen ser debilidades.

¿Derrotismo? ¿Pesimismo? Precisamente en estos días leíamos el librito Regards sur le monde actuel, de Paul Valery, y en él esta sentencia que coincide con lo que tantas veces ha dicho y repetido el comentador que ahora la comenta, y es: “El juicio más pesimista sobre el hombre y las cosas y la vida y su valor, se acuerda maravillosamente con la acción y el optimismo que ella exige. Esto es europeo.” A lo que podríamos añadir que es también español, no sabemos si español europeo o español africano, si español periférico o español central. Aunque el comentador tenga la convicción de que lo más europeo, o, mejor dicho, lo más universal sea en España lo de la tan calumniada, por mal conocida, paramera.

Y a propósito del pesimismo español ―hay quien cree una obra pesimista a La vida es sueño, y tal vez no vaya descaminado en semejante creencia―, habrá que recordar que una de las palabras que del castellano han pasado a otros idiomas, al inglés sobre todo, es, con pronunciamiento, guerrilla, torero, siesta y otras ―entre ellas raza―, es desesperado, generalmente en la forma de desperado. Y es que por heroica, nos atreveríamos a decir, que a las veces por divina desesperación el genio, así como el ingenio español, han llevado a cabo sus más grandes hazañas, han quemado sus naves para cerrarse la retirada. Y esa quema de desesperado, de pesimista, no excluye el optimismo circunstancial que exige la acción. Aun hay más, y es que nadie obra con más optimismo temporal que el acuciado por pesimismo eterno. Y en más baja esfera nadie mucha con más ardor que el que no quiere pensar en el valor definitivo del triunfo. ¿Derrotistas? Los más nobles, los más fuertes, los más sólidos luchadores son los que han ido serenos a una prevista derrota. Derrota que luego Dios cambia en triunfo. Fue un español antes de España, un precursor de la españolidad, fue el cordobés Lucano quien dijo que la causa vencedora plugo a los dioses; pero la causa vencida, a Catón. Y téngase en cuenta que desesperación no es lo mismo que desesperanza. La desesperanza sume en el abatimiento, en la resignación pasiva, mientras que la desesperación lleva al acto, a la resignación activa, a rogar a Dios mientras se da con el mazo.

¿Será acaso derrotismo, eso que los perezosos de mente ―y la pereza no es más que cobardía, como ésta no suele ser más que pereza―, será acaso derrotismo abrir los ojos, mirar, y confesar luego que la sociedad civil española está hoy atacada de unas terribles ganas de disolvimiento, de una enfermedad de disolución? ¿Es que no estamos oyendo cómo cada lugareño representativo se nos viene con el viejo estribillo de los mezquinos resentimientos del lugar a que representa? ¿Es que no estamos viendo alzarse el fantasma de una leyenda de supuestos agravios y vejaciones con que la pereza mental, la cobardía, ha eludido el pensar la historia? La historia que siempre es tragedia. Y más trágica cuanto más heroica. ¿Es que no estamos asistiendo al pavoroso ensanchamiento de esa terrible enfermedad tan típicamente española que es la manía persecutoria? Y con ella la de que no haya comarca que no se crea cenicienta. Terrible enfermedad que se alía al resentimiento, así como éste a la envidia.

Sobre ellos se elevaron nuestros nobles desesperados, los que, fundando en pesimismo radical el optimismo que la acción exige, salvaron más de una vez el alma eterna de la patria.

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