miércoles, 10 de mayo de 2017

“En nombre Su Majestad España” abre el curso don Miguel de Unamuno

El Sol (Madrid), 1 de octubre de 1931

Y CANTA, EN SU DISCURSO, LA GLORIA DE LA UNIVERSIDAD SALMANTINA

SALAMANCA 1 (5 t.).―Este año la inauguración del curso académico ha revestido extraordinaria brillantez y solemnidad. El paraninfo se hallaba abarrotado de estudiantes y gentes de todas las clases sociales, quedando fuera por falta material de sitio, a pesar de ser muy amplio el local, numerosas personas. En el estrado tomaron asiento los catedráticos, que este año no llevan traje académico, y las autoridades. El discurso inaugural estuvo a cargo del catedrático de la Facultad de Medicina D. Casimiro Población, que disertó acerca de “Algunas orientaciones para la reforma de la enseñanza de la Medicina”. Seguidamente, el rector de la Universidad, D. Miguel de Unamuno, que presidió el acto, pronunció un bello discurso, que fue interrumpido varias veces con estruendosas ovaciones, y comenzó así:

Señoras, señores, compañeros, estudiantes estudiosos, ya profesores, ya alumnos: Hoy hace, día por día, cuarenta años que en idéntica fecha de 1891 llegaba por primera vez a Salamanca y establecía mi hogar espiritual en esta casa. Por cierto que aquel mismo día pronunció el discurso de apertura el entonces catedrático D. Enrique Gil Robles, y al día siguiente, en periódico republicano que se publicaba aquí, comencé una campaña comentando dicho discurso e incorporándome a la lucha política y cultural que entonces aquí existía; porque hay que tener presente que nunca hay cultura si no se basa en una lucha generosa.

En 1901, hace treinta años, vine a abrir el curso, ya como rector, y lo abrí, como se abría, en nombre de Su Majestad el Rey. Vestíamos otros trajes, y yo traía esta misma medalla.

Venía nombrado rector por Real decreto de doña María Cristina de Habsburgo y Lorena, Reina regente de España, y aquí debo hacer una declaración expresa: la de que ni para ser nombrado, ni luego, ni nunca, se me exigió hacer una declaración de fe monárquica.

Y estuve abriendo el curso trece años consecutivos, excepto en el de 1904, hace veintisiete, en que vino a abrirlo el entonces Rey D. Alfonso de Habsburgo y Lorena, D. Alfonso XIII, y por cierto que aquí, después de la fórmula tradicional del Rey de “sentaos y cubríos”, leyó unos pequeños comentarios y pronunció un breve discurso, y lo hizo sobre unas notas que, al igual que el discurso, fueron redactadas por mi mano, y por mi texto leyó el Rey. Pasó tiempo y vino el año 1914, en que fui destituido de aquel cargo de rector por ardides electorales y por no rendirme a hacer declaración de fe monárquica. Siguió el tiempo, y en el curso de 1924 a 1925, hará siete años, vino a presidir el curso el príncipe de Asturias, y entonces ―tengo motivos sobrados para suponerlo― vino porque se esperaba que yo llegase aquí desde mi destierro para intentar una reconciliación, ya imposible. Pasó el tiempo, y en el curso 1926-27, hace cinco años, volvió el Rey de entonces. En aquella sesión de apertura pronunció mi nombre, mi nombre, que esta proscrito hasta en las listas oficiales, como si yo un hubiera existido, y vino acompañado de Primo de Rivera a investirle de un traje, de la toga de rector “honoris causa”, distinción que se le había otorgado a Santa Teresa, y entonces a Primo de Rivera, no por méritos de cultura ni por servicios a ésta, sino por un acto simoníaco, por la concesión de unas pesetas, sin gran derecho, a esta Universidad.

Corre el tiempo y llega este año 1931 a 1932, y vuelvo nombrado rector por mis compañeros y bajo un nuevo régimen, a cuyo establecimiento he contribuido más que cualquier español. Hemos hecho desaparecer aquellos trajes que alguien llamaría más que de máscara, y aquellas charangas que podían divertir cuando veníamos vestidos con aquellos trajes que divertían a los muchachos. Pero hoy, ya que España es una República de trabajadores de toda clase, se debe venir aquí en traje de faena, en traje de trabajo. En las épocas en que la toga era usada para venir a clase, hay que recordar que se dispensaba de ello a los profesores de clases prácticas, para la mejor realización de sus labores. Por lo demás, tan librea puede ser una blusa como una toga. No hace la librea el traje, sino el espíritu con que se lleva. Hay además que tener en cuenta que por mandato legal tienen que asistir a este acto los maestros de Primera Enseñanza, que no visten toga, esos maestros que ahora vamos a incorporar a la función universitaria, y yo deseo que todos seamos acreedores al título de maestro.

Recordad que el Divino Maestro fue perseguido por los doctores de la ley escrita, y os daréis cuenta de mi intención. (Aplausos.) Pero con traje o sin traje académico, nosotros debemos ser trabajadores de toda clase, y lo que hace falta es que haya trabajo. Venimos a continuar la historia de España, la historia dela cultura española, la historia de una Universidad española; no ha habido, no, solución de continuidad, como pretenden algunos. Si después de la superstición de los trajes mantenemos otra, no habremos hecho nada. Ni la ciencia, ni las letras, ni las artes son monárquicas o republicanas; la cultura está por encima y por debajo de las pequeñas diferencias, contingentes, accidentales y temporales, de la forma de gobierno. La cultura, las humanidades, la ciencia, están por encima y por debajo de esas diferencias formales y las superan en altura y en profundidad. A los que, al hablar, dicen, “esta nueva época”, debemos replicarles que no ha habido solución de continuidad en la historia de España. En todas las anteriores aperturas estuvo en efigie, en retrato, aquel en cuyo nombre se abría el curso, y que hace algunos meses destrozó la furia iconoclástica de la estudiantina, como protesta por los males de la Dictadura. De aquí desapareció aquel retrato, es cierto; pero recordad que en la fachada de la Universidad, en el blasón plateresco de su fachada, hay un medallón con los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, cuyas imágenes también presiden las sesiones de las Constituyentes de la República; la efigie de los Reyes Católicos, que fundaron la unidad nacional española, y ese medallón tiene una leyenda en griego que dice: “Los Reyes a la Universidad, y la Universidad a los Reyes.”

Recordad también que aquí, en Salamanca, murió el desventurado príncipe D. Juan, único retoño de los Reyes Católicos, frustrando el que se fraguara una dinastía genuinamente española, y al morir vino de allá lejos Carlos V de Alemania y I de España, contra el que se alzaron las Comunidades, y que aquí, en Salamanca, luchó contra él Maldonado, cuyo pendón rojo todavía puede verse en la capilla de Talavera de nuestra catedral. Pero aquellos Reyes Católicos formaron la unidad de España; fundaron la imperialidad española, y conviene hacer presente que las empresas que acometieron, y que ahora es moda censurar, fueron obra del imperialismo español, que fue siempre democrático. Fue el pueblo español, no sus Reyes, el que sentía aquellas grandes obras. Imperio abarca a la República y a la Monarquía; es, a la vez, monárquico y republicano. Recordad que en Roma los emperadores se llamaban emperadores de la República romana. Aquí ocurrió lo mismo, y se formó la unidad, la universalidad y la imperialidad de España, en la cual colaboraron como pocos las Universidades españolas, y dentro de las Universidades, como pocas, la Universidad salmantina. Unidad es igual a unidad y a universalidad. Una y universal es la cultura; unidad es imperialidad, y universalidad equivale etimológicamente a catolicidad.

No olvidéis que de aquí salió el padre maestro fray Francisco de Vitoria, que dio normas al Derecho de gentes, a los fines de la catolicidad, de la universalidad. Ciertas supersticiones de los que se preocupan de las formas de gobierno dicen que se ha roto la historia de España, que se está forjando una nueva España. No es así: es la misma que unificaron los Reyes Católicos; es aquella España ña que continuamos. Esta Universidad contribuyó como ninguna a esa obra de unidad, de imperialidad, universalidad o catolicidad. En el escudo de esta casa figuran leones y castillos, y es que esta región fue medio leonesa y medio castellana. A las puertas de esta ciudad se hablaba leonés y aquí se emplearon ambos dialectos. Pero esta Universidad nunca fue castellana, sino universal y española. La Universidad de Salamanca tuvo siempre un sentido de universalidad fecunda e imperial, sin mezquinas diferencialidades. Todavía hay en mi tierra vasca un canto popular en el que se asocia el nombre de Salamanca al de un estudiante que debió andar por aquí. El espíritu de universalidad supera todo resentimiento diferencial. En esta Universidad se fundieron las naciones, que así se llamaban las regiones de hoy, y desapareció toda xenofobia, y todos se consideraron como hermanos, sin distinción, y el espíritu de universalidad evitó los menguados resentimientos. Todavía, después de la Revolución francesa, que fue unificadora e imperial, y que culminó en Napoleón, venido éste a España para entregar a su hermano una sola nación, dejó aquí honda huella, y algo de lo bueno que ha quedado de entonces se debe a la influencia imperial revolucionaria, contra la que se fomentó aquí el brío para la lucha contra el imperialismo napoleónico, y de aquí salió para las Cortes de Cádiz Muñoz Torrero.

Más tarde, después de la revolución de 1868, vino a licenciarse a esta casa el entonces profesor de la Central D. Nicolás Salmerón; a esta casa, asiento y cuna de universalidad, donde hemos luchado sin perdernos el mutuo respeto y sin perder un sentimiento tolerante, pues nunca se pregunta a nadie de dónde viene. Yo conocí a un rector aragonés, y después lo fui yo, que soy vasco. Ahora se amparan en ciertas leyendas disgregatorias para dividir a España. Se quiere concluir con su imperio, con quienes fueron contra la Monarquía, no por ser liberales, sino por ser unificadores. Yo os digo que nuestra Universidad no puede empequeñecerse por la cuestión de formas de gobierno, tan contingente, que está a merced de cualquier turbión.

Y volviendo al significado del acto, hay que decir a los jóvenes que si otros cursos resultaron tan tristemente deseducadores, éste no puede seguir así. Y conviene que no confundan lo joven con lo moderno, ni lo viejo con lo antiguo. Hay antigüedades eternamente jóvenes, y modernidades que nacen decrépitas. (Aplausos.) Tenemos que ser trabajadores del espíritu, de la cultura, de la ciencia. Vienen días de dura prueba para todo nuestro pueblo, y los que se figuran otra cosa están en un error. No importa que le llamen a uno derrotista o pesimista; pero la verdad es ésa. La conciencia de la derrota nos hace ir serenos a la lucha, porque sabemos que ella es fundamento de victoria. Vienen días de prueba, os digo, y época en los que, día a día, dieron su vida por la patria, trabajando por ella muy gustosos en el trabajo, han de forzar su empeño, y en estos días, estudiantes, es necesario que pongáis en el crisol vuestra disciplina ―disciplina, de discipulina― que es lo propio del discípulo, pero que supone maestría, magisterio y autoridad en el que enseña. El magisterio es autoridad, no puede existir sin ella.

Llegan días de renovación, de lucha, lucha por la libertad, por la igualdad, por la fraternidad, por la fe, la esperanza y la caridad: fe en la libertad, libertad en la fe, que la fe es libre obsequio ―dice San Pablo―; esperanza de igualdad, e igualdad de esperanza, y fraternidad caritativa. Tendremos que luchar por la libertad de la cultura, por la libertad de cultos, y a nombre de ella se trata de proscribir algo determinado, Lucharemos por la libertad de la cultura, porque haya ideologías diversas, porque en ello reside la verdadera y democrática libertad. Lucharemos por la libertad de la cultura y por su universalidad, y tendremos fe en la libertad; lucharemos por la hermandad, por entendernos en un corazón y en una lengua. Estamos aquí los profesores de cuatro Facultades, que son las que integran el funcionamiento interno de la Universidad, los que abarcan Salud, Ciencias, Humanidades y Justicia. Seguiremos cultivando la historia de España sin hacer caso de motes y adminículos ―y yo ahora llevo un mote de esos―, pues las diferencias políticas son contingentes, temporales y accidentales. La cultura está por encima y por debajo de las formas de gobierno, que no pueden alterar los valores permanentes. En nombre de Su Majestad España, una soberana y universal (termina el señor Unamuno con temblor emocionado en la voz), declaro abierto el curso 1931-32, en esta Universidad, universal y española, de Salamanca, y que Dios, Nuestro Señor, nos ilumine a todos para que con su gracia podamos en la República servirle, sirviendo a nuestra común madre patria.

(Al terminar el sr. Unamuno estalló una clamorosa ovación del público, emocionado por las últimas palabras que, casi llorando, pronunció D. Miguel.)

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