miércoles, 24 de mayo de 2017

Larra, Molinos y los agrarios

El Sol (Madrid), 29 de noviembre de 1931

Ahora en que por ciertos políticos se pretende aunar la llamada acción agraria con la llamada católica ―lo económico con lo religioso― conviene volver a leer lo que hace ya cerca de un siglo, en mayo de 1835, escribía Mariano José de Larra (Fígaro) en su artículo El hombre globo. En que trató de hombres sólidos, líquidos y gaseosos. Llamaba hombre sólido a “ese hombre compacto, recogido, obtuso que se mantiene en la capa inferior de la atmósfera humana”, y tras motejarle de “hombre-raíz” y “hombre-patata”, hacía de él una descripción que parece remedo de la que La Bruyère hizo del campesino francés, apegado al terruño. “En religión, en política, en todo ―escribía Larra― no ve más que un laberinto, cuyo hilo jamás encontrará…; es la costra del mundo…, es la base de la humanidad, del edificio social”, y luego que “de esta especie sale el esclavo, el criado, el ser abyecto, en una palabra, el que nunca ha de leer y saber esto mismo que se dice de él.” “No raciocina, no obra, sino sirve…; es la muchedumbre inmensa que llaman pueblo.” No prevía Fígaro que este pueblo de los campos llegase a leer y a saber lo que de él se dice, y menos que se soliviantase. “Alguna vez ―decía― se levanta y es terrible, como se levanta la tierra en un terremoto.” Y a evitar un terremoto de estos acuden los sedicentes agrarios ―”agarrarlos” les llaman en Méjico― acuden a calmar al pagano, al hombre del pago, con bizma católica.

Veía Larra junto al hombre-sólido el hombre líquido, la clase media que “serpentea de continuo encima del hombre-sólido, y le moja, le gasta, le corroe, le arrastra, le vuelve, le ahoga.” Y si el hombre-sólido provoca terremotos, el líquido avenidas. “En momentos de revolución… se amontona, sale de su cauce, y como el torrente que arrastra árboles y piedras, lo trastorna todo, aumentando su propia fuerza con las masas de hombre-sólido que lleva consigo.” Y luego Fígaro se desahogaba contra la clase media ―la suya―, que va “siempre murmurando” y que “si se alza momentáneamente, vuelve a caer.” Y acaba, con un mesianismo muy a la española, pidiendo el hombre providencial, el caudillo; “si hay un hombre-globo, que salga, y le daremos las gracias”, y “si no le hay, lastimoso es decirlo, pero aparejemos el paracaídas.” ¿Presentía a Mendizábal, terror de los “agrarios” de entonces? Pero Mendizábal, el hombre-globo de la desamortización, se les desinfló, y el mismo Larra hubo de apoyar el opúsculo que contra aquel escribió José de Espronceda, el poeta, y en que, refiriéndose a la venta de los bienes nacionales, decía que el Gobierno “pensó… que con dividir las posesiones en pequeñas partes evitaría el monopolio de los ricos, proporcionando esta ventaja a los pobres, sin ocurrírsele que los ricos podrían comprar tantas partes que compusiesen una posesión cuantiosa.” Prosa muy cabal ésta del poeta romántico.

“En religión, en política”, el hombre sólido de Larra, el labriego, “no ve más que un laberinto, cuyo hilo jamás encontrará.” Así hace un siglo. ¿Y hoy? En religión, el hombre del pago, el pagano, sigue viviendo debajo de la historia, debajo del tiempo humano, sin más relojes que el sol y la estrellada, haciendo del almanaque el juicio del año, teniendo en vez de recuerdos memorias, y en vez de esperanzas aguardes. Los hombres líquidos ―más como la tinta que como el agua― se preguntan si los hombres de la tierra creen. ¿Creen? ¿No creen? ¿Y qué es creer? ¿Abrigan dudas? (¡Y que frase esta de “abrigar dudas”!) ¿Creen en otra vida? La otra vida para ellos es esta misma. Y los hay que se dicen aquello de: “Cada vez que considero / que me tengo que morir / tiendo la capa en el suelo / y no me harto de dormir.” De dormir sin soñar.

¿Terremoto? ¿Revolución campesina? Pronto volverá la tierra a su asiento. Nada más conservador que su espíritu. Pero no, ¡claro está!, con el conservadurismo de los sedicentes agrarios, de los terratenientes, de los señores. ¿Y cuál es la religión honda, arraigada, de ese hombre sólido, de ese hombre tierra, y cuál es el hilo del laberinto religioso de que no sabe salir? Es que ni piensa en salir de él. ¿Laberinto? Sima en que duerme sin soñar apenas. Sin darse cuenta de ello profesa el quietismo , mejor sería llamarlo “nadismo”, de aquel recio aragonés que fue Miguel de Molinos, y que en el último tercio del siglo XVII conquistó con él a la burguesía de Roma. “La muchedumbre inmensa que llaman pueblo”, la de nuestros campos, vive “la vida negada” que decía Molinos, la que “ni conoce si es vida o muerte, si perdida o ganada, si consiente o resiste, porque a nada puede hacer reflexión” que “ésta es la vida resignada y la verdadera.” Y así es como “llega al sumo bien, a nuestro primer origen y suma paz, que es la nada”, y se sepulta “en esta miseria”. “Yo te aseguro ―aseguraba el aragonés― que siendo tú de esta manera la nada, sea el Señor el todo en tu alma.” ¡Soberano consuelo para “los que viven por sus manos” ―así cantó el coplero― sobre la tierra!

¿Asistiremos a un terremoto de los “nadistas”? De todos modos, la religión de los sedicentes agrarios no es la más adecuada para hacer que el hombre sólido se resigne. Y si se eleva el hombre globo...

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