domingo, 14 de mayo de 2017

Sobre el español medio

El Sol (Madrid), 20 de octubre de 1931

Recogimiento de celda. Aquí se inquiere mejor a los prójimos que estando entre ellos. El techo de la alcoba ―celda― llega a parecer un cielo ―todo es ilusión―, y hasta se sueña en él nubes. Nubes fantásticas, quiméricas, humanas, en las que va uno hiñendo el futuro español medio, el que salga de todo esto.

Esto del español medio me lo sugiere una expresión felicísima de M. Herriot, el jefe de los radicales socialistas franceses, hombre de fina cultura literaria, y, por lo tanto, de atinados aciertos verbales. Esa expresión, que halló fortuna, fue la de “le français moyen”, el francés medio. Término éste de origen estadístico. “Durchschnittencensch”, hombre de corte medio, dicen los alemanes; “average man” los ingleses. Si metéis cien hombres en una especie de caldera psíquica y los fundís, de modo que desaparezcan sus individuales notas diferenciales ―esa diferencialidad de que tanto se envanecen los pobres sujetos que no tienen otra cosa de que envanecerse―, y sacáis luego un cacho de la masa, ya bien fundida, para hacer el término medio, éste lo determinará. ¿Aceptable? Hay quien cree que un cacho así de muchedumbre puede ser útil para ser manejado ―sobre todo como elector y votante―; pero que es poco apetecible para quien busca algo más íntimamente humano. A mí, por lo menos, este término medio me seduce muy poco. Tengo la impresión que en ese sujeto ―mejor: objeto― medio, se acusa y exacerba el defecto, la nota diferencial, de la masa de que forma parte.

¡El francés medio! ¡El inglés medio! ¡El español medio! ¿No es de temer, amigo Salvador Madariaga, que en cada uno de éstos se acentúe el vicio diferencial de estos tres pueblos, que usted tan agudamente inquirió, más aún que en los casos extremos? El español de tipo medio ha de marcar el vicio característico y diferencial de la españolidad más aún que el español divergente excéntrico o extravagante. La divergencia, la excentricidad o la extravagancia libran algo del común pecado. ¡Y el nuestro es tan terrible!

Desde luego, el español medio tal como me lo figuro no es el español de la calle. Es más bien del hogar. Si bien por otra parte mi reciente experiencia me ha hecho legar a la conclusión de que no sé qué es eso del hombre de la calle. Los que he oído llamar así hombres de la calle no eran hombres, sino mozalbetes. Mozalbetes que se dedicaban al deporte de alborotar sin importarles la finalidad del alboroto.

Pero… ¡el español medio! Cuando Herriot, el caudillo radical socialista francés soltó lo del francés medio, exclamé yo con cierta petulancia patriótica: “Afortunadamente, no hay español medio; en España tenemos sólo extremos.” ¡Qué pronto y qué improvisadamente lo dije! Mas después he ido recapacitándolo mejor y he ido viendo formarse el hombre del periódico, el hombre del santo y seña, el hombre de partido, el ciudadano consciente, y me he puesto a pensar en el español medio. Que ha de ser, naturalmente, una medianía.

Sí, ya sé que Cervantes, que tan bien conoció al español medio de su tiempo ―Sansón Carrasco, entre los extremos sanchopancesco y quijotesco―, hablaba de las medianías bien intencionadas; pero ¡ay mi Dios!, desconfío tanto de las intenciones medianas. Prefiero las extremas. Y llego en esto a tal punto, que hasta me inquietan las inteligencias moderadas. ¿Te has fijado, lector, en los terribles efectos de la acción de muchos de esos hombres de inteligencia moderada? Y aquella triste y trágica sonrisa, aquella sonrisa abismática, de tan amarga dulzura, en que anegó Cervantes a su España, ¿no nació acaso al choque con las medianías bien intencionadas?

Estamos pasando tiempos en que se va fraguando un nuevo español; en esta que he llamado renación española está renaciendo un nuevo español. ¿Qué guardará del viejo? Porque renacer es continuar la historia. Lo cogolludo, lo nuclear, lo más profundo del hombre del llamado Renacimiento era el hombre medieval. Y no digamos nada del hombre de la Reforma. Y yo aquí, en este recogimiento de celda, a solas con mis compatriotas, sin el obstáculo de su presencia, voy sintiendo qué de antiquísimo régimen son éstos del nuevo.

¡El español medio de mañana! ¿Cómo será, Dios mío, cómo será? ¿Lo voy a deducir de todos esos pretendientes en corte que no saben hablar sino de enchufes? ¿Lo voy a deducir de todos esos otros que, aspirando a hacer una que sea sonada, apenas se preocupan sino del son? Y siento formarse una singular especie de espíritu público, mejor será decir de desánimo público, la de un pueblo que de repente ha hecho casi sin saberlo, como en hipnosis, un cambio, y se da cuenta de que no sabe qué hacer con lo que ha hecho. Y cuando oye decir a los militantes que tienen que responder a los anhelos del pueblo, éste, el pueblo, se pregunta: “Pero ¿cuáles son mis anhelos?” Y que de este estado de conciencia, o si se quiere de inconciencia pública, ¿qué español medio va a salir? Porque los extremos, los unos o los otros extremos, ya no me inquietan. ¡Qué conflicto, Señor!

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