miércoles, 17 de mayo de 2017

Un español de cemento

El Adelanto (Salamanca), 29 de octubre de 1931

Es ya antiguo amigo mío Corpus Barga. Ha recordado hace poco que yo le di lo que él llama espaldarazo literario, cuando llamé la atención hacia algo que escribió con motivo de la muerte del gran pobre Tolstoi. Después, en París, durante mi destierro, tuve ocasión de conocerle, es decir, de quererle mejor. Por lo cual he podido agradecer todo lo que hay en el tono de un artículo que, en el Crisol, me dedica y en el que me llama “el tío espiritual de tantos españoles, el tío de Salamanca”. Acepto lo de tío, que muchas veces es más cariñoso que “padre” o que “abuelo”. Y ahora ese tío debe comentar brevemente algo de lo que, por mi intermediación, tomándome de mingo, dice a sus lectores Corpus Barga en su articulo Lo inesperado: Se está formando un español de cemento.

Esta español de cemento ―no sé si armado o por armar― parece ser que sea el que este tío ha llamado “el español medio de mañana”, y que la verdad, sigue inquietándome y hasta dándome miedo. Me da miedo ese español, de santo y seña, de disciplina, de partido, que me dicen que está fraguando la República, esta quisicosa ya casi mística. “Lo que hace falta ―dice Corpus Barga― es que el cemento en que se está vaciando el español medio de mañana no sea de fraude, como el que ponen los contratistas en las casas nuevas”. ¡Cabal! Y luego “que desaparecerá la originalidad media del señor de café que tiene opiniones propias sobre todo”. Bien, con tal de que no tenga opiniones ajenas sobre todo, y aquello de “eso no me lo preguntéis a mí que soy ignorante, etcétera”. Que si la fe implícita jesuítica es fatal, más fatal es la fe implícita anti-jesuítica o radical o marxista. Y acaba: “El español de cemento sustituirá al español de trapo”. ¿De veras? Sospecho, por otra parte, que una muralla de trapo puede ser más resistente que una de cemento.

¡El español de cemento! Permita el lector que este tío, llevado de su oficio, arrastrado por las asociaciones verbales, piense que el cemento ha de ser muy bueno para edificar cementerios. No es que el vocablo cementerio tenga que ver con el vocablo cemento, aunque este modificó, por lo que los lingüistas llaman contaminación, analogía, la forma primitiva de aquel, latinizado “coementerium”, que quiere decir acostadero o dormitorio. No sé qué tal se dormirá en una cama de cemento, pero presumo que se ha de dormir mejor en una cama de trapo. Ahora, si se usa la cama como potro… Porque al hombre de un santo y seña no conviene dejarle dormir. Ni que consulte su futuro voto con la almohada. Hay que hacerle que vote al romper el alba, después de diez o doce horas de envenenamiento y cuando no sabe ni lo que va a votar. Esta es la disciplina. Disciplina que no se puede imponer a los verdaderos discípulos. Es la disciplina del tercer grado de obediencia, la obediencia de juicio, que estableció Íñigo de Loyola, forjador de una Compañía de cemento armado.

¡El cemento! ¡Y cómo me entristece! La madera, el ladrillo, la piedra, pueden soñar y sueñan. Sueña el Escorial, sueña el acueducto de Segovia, sueñan las murallas de Ávila, sueña la Giralda de Sevilla... ¡pero esos rascacielos de cemento!, esos no sueñan, duermen. Sueña el acueducto de Segovia, a la luz de la luna.

Nos dice también Corpus Barga, que una de las manías de este tío ha sido echarle la culpa de todo lo que pasaba en el pueblo al pobre Sansón Carrasco, “el cual ―añade― jóvenes comentaristas literarios, está pidiendo una justa rehabilitación”. ¿Pero es que Sansón Carrasco era, acaso, también de cemento? Puede ser, pero con su grieta, con la terrible grieta del cemento, por la grieta por la que el cemento se quiebra.

Pues Sansón Carrasco, que empezó compadeciendo cariñosamente a su convecino Alonso Quijano el Bueno, y a la vez de compadeciéndole, también envidiándole la locura y el renombre que ésta le daba, y que un poco por compasión y otro poco por envidia, trató de curarle reduciéndole a su hogar, Sansón Carrasco, cuando después de vencido, fue otra vez a Barcelona a curar ―¡a curar!― a Don Quijote, era ya un resentido y un resentimental. El bachiller manchego de cemento llevaba ya su grieta, su terrible grieta, su grieta radical.

Nos dice Corpus Barga que las sociedades de las viejas naciones más individualistas, al parecer, Inglaterra, Francia, están hechas a base de santo y seña y de disciplina. Sí, y de grietas. He vivido, lo sabe bien Barga, en París, y algo sé de los tristes agrietamientos de su cemento parlamentario. Y los griegos sabían muy bien cuál es el terrible morbo de las democracias. El pensar en las grietas del cemento aumenta mi radical pesimismo. ¿Qué le va a hacer este tío?

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