sábado, 5 de agosto de 2017

Dedadas de espuma

El Sol (Madrid), 10 de julio de 1932

Distraigámonos, lector amigo, porque esto no va a ser un comentario, sino una divagación. O mejor: una extravagación. Ya que nos entretengamos tú y yo cada cuatro o cinco días, vamos a extravagar, a vagar fuera de los temas apasionados de actualidad. ¡Nos refrescará esto tanto! Vamos a extravagar fuera de los lugares comunes, aunque tengamos que volver luego a ellos. Porque es inevitable; hay que volver al cabo al lugar común. O sea al retrete o excusado. Sí, los lugares comunes, los tópicos, son excusados, pero a la vez inexcusables. ¡Alivian a uno tanto! En cambio, a las extravagancias, a los antitópicos les llaman los tontos paradojas sin saber lo que éstas son. Y lo malo es que de las divinas paradojas del Evangelio han hecho los tontos lugares comunes, inexcusables.

Hay una forma especial de lugar común que los ingleses llaman “truism”, de “true” = verdadero, y que los eruditos dicen “tautología”. En nuestro castellano se le llama perogrullada o verdad de Pero Grullo. Y ¿quién era este Pero Grullo? De su correspondiente francés, el señor de La Palice nos enseña el pequeño Larousse que fue un bravo capitán que murió en 1525, en la batalla de Pavía, aquella en que fue hecho prisionero —y por un vasco— Francisco I de Francia, y al cual capitán se le sacó una canción en que se decía que “un cuarto de hora antes de morir aún estaba vivo”... Y de aquí lo de verdades de La Palice. Pero, ¿Pero Grullo? ¿Qué se dijo de él o qué dijo él mismo para dar nombre a las perogrulladas?

¡Ah!, sí; dícese de Pero Grullo que “a la mano cerrada llamaba puño”. Lo que más bien que un lugar común es una definición. Aunque las más de las definiciones no sean sino lugares comunes. Se cierra la mano, generalmente, para no dar. O para no dar más que puñetazos. Con el puño se impugna y se repugna. No sabemos si Pero Grullo entendería de etimologías, mas es fácil que suipiese que puño —“pugnus”— tiene que ver con pugna, púgil, pugilato... etcétera. Una mano cerrada, en puño, es una mano con los dedos recogidos, funcionalmente sin dedos. No recoge nada, sino rechaza. Es casi peor que un muñón, que una mano podada en cabeza de gato.

¿Y si este Pero Grullo —dela estirpe de Ambrosio, el de la carabina, y de Bernardo, el de la espada— se nos llegase ahora a darnos definiciones tan valederas como esa carabina y esa espada? Que viniese, por ejemplo, a definirnos el Estado y nos dijese que se le llama Estado a la nación cerrada. La Nación la mano y el Estado el puño. ¡Bonito lugar común! Y no se nos negará que la definición perogrullesca sería ingeniosa. O engeñosa, que diría Alfonso el Sabio.

¡Qué encanto, lector amigo, que las palabras se le vengan a uno a decirle cosas, y más si vienen cargadas de recuerdos entrañables de niñez! Te lo digo a cuento propio. Era yo un niño, de mis seis a mis diez años, cuando en el colegio —escuelas eran las de de balde, las municipales— oí religiosamente pronunciar Estado. ¿Que cómo? Rezábamos todas las tardes el rosario, de rodillas sobre los duros bancos de clase, y después de los “misterios” venían unos padrenuestros y avemarías sueltos, por San Roque, abogado de la peste; por San Nicolás, patrón del colegio..., y uno “por las necesidades de la Iglesia y del Estado”. ¡Es la primera vez que oía del Estado, y en rezo de rosario! y luego venía, en la letanía, lo de “foederis arca” seguido de: “ora pro nobis”. No sospechaba yo entonces que pudiese tener que ver esto con la federación. En cuanto a España, apenas era para nosotros entonces sino la del mapa de Paluzie y Cantalozella. Y volviendo al rosario, os he de contar aquello que cuentan del alcalde de un pueblo que como asistiendo al rosario en la iglesia oyese al cura lo de “por las necesidades del Estado”, interrumpió con un “¡del Estado, no!, ¡que el Estado son ellos!” El buen alcalde no se daba cuenta de que el Concejo que él presidía era un pequeño Estado, y que pueblo sin Estado no es pueblo, sino clan u horda. Y sin libertad, pues falta “foederis arca”.

Y esto no es un comentario, ya que comentario vale casi tanto como meditación. Aunque meditar ¿no es soñar?, ¿no es acaso dormir? ¡Ay, cuando aquel curita —me parece estarle viendo— dirigía desde el púlpito una novena, y después de leer unas consideraciones apagaba la vela —era al anochecer ya—, y con voz gangosa decía: “meditación”! Y los beatos y las beatas se disponían a descabezar una siestecilla. ¿Por qué, pues, no hemos de meditar en las definiciones perogrullescas? Y si nos trasponemos en siesta, mejor que mejor.

¡Ay frescura de las palabras y ay frescura de los recuerdos infantiles, los de la edad bendita en que uno recibe virginales las palabras, antes de que las hayan violado los juristas definidores! ¡Jamás volverá a tener para mí el Estado, la nación cerrada, el nimbo de misterio religioso que tuvo cuando se me apareció junto al rosario del “foederis arca”! Que es el Arca de la Alianza.

Quise extravagar, y he aquí que he intra-vagado; quise distraerme distrayéndote, lector amigo, y he aquí que me he contraído. Que no es fácil escapar de la resaca en que nos revolcamos. Mas si de sus olas deespumosa crestería he logrado sacar algunas dedadas de espuma —a mano abierta, con los dedos—, tómalas, lector, en los tuyos, como si te los diese de pila de agua bendita, al salir de la iglesia, y santíguate después con lo que fue espuma. Porque, créemelo, ¡duele a las veces tanto la mano, de haberla hecho tanto de puño…!

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