jueves, 26 de octubre de 2017

En defensa del régimen

El Norte de Castilla (Valladolid), 25 de julio de 1933

“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Les dijeron a los obreros, a los jornaleros, hace sesenta años los fundadores de la primera Internacional Obrera y quedó con ello proclamada la lucha de clases.

Primero, proletarios. ¿Qué es eso de proletarios y en qué se distingue del llamado burgués? Hoy apenas hay quien lo sepa a ciencia cierta. Lo del proletariado es uno de tantos tópicos para cubrir el vacío ideal y mental: Es como lo de las clases. ¿Quién las define y, sobre todo quiénlas clasifica? ¡Y llaman pensar realidades a eso, a rumiar palabras sin sacarles el jugo!

¿Y los proletarios de todos los países, contra quién hablan de unirse? Porque los hombres no se unen sino los unos contra los otros. Pues contra los burgueses de todos los países, contra los capitalistas. Y luego todo aquello de la ley férrea del salario, y lo del ejército de reserva del proletariado, y la concentración de la propiedad cada vez en menos manos y... el resto de la mitología marxista. Mitología a la que, como a todas las mitologías ―religiosas, políticas, científicas, estéticas...― le ha llegado su crisis merced a la crítica.

En toda esa mitología no entraba por nada el sentimiento, y con el sentimiento el concepto de patria y de patriotismo. Para los proletarios míticos de la Internacional, no había de haber patria. Aunque una Internacional supone naciones, éstas no habían de ser sino expresiones geográficas. La nación, la patria, era una categoría burguesa, capitalística. El proletario de una nación cualquiera había de sentirse más solidario con el de otra nación que no con el burgués, su convecino, su pariente acaso, de su nación misma. La convivencia en espacio, en tierra, en solar, no había de significar gran cosa.

Y llegaron las guerras entre naciones, a las veces disputándose mercados, y, sobre todo, llegó la gran guerra de 1914 ¿y qué ocurrió? Pues ocurrió que los proletarios de Alemania se sintieron más solidarizados con los burgueses alemanes que con los proletarios franceses, y éstos más solidarizados con los burgueses de Francia que con los proletarios alemanes. ¿Por razón económica? ¿Por intereses económicos? Sin duda, pero no sólo por ello. Por eso, sí, pero no sólo por eso. Sintieron que una gran nación es una gran empresa industrlal, agrícola, financiera, y que a patronos y obreros de ella les une un lazo mucho más fuerte que el que pueda unir a los patronos de las diversas naciones o a los obreros de ellas entre sí. Sintieron que la nacionalidad, que la ciudadanía es históricamente más esencial que la clase, que entre dos alemanes, por ejemplo, patrono y obrero, hay más comunidad esencial que entre dos obreros, alemán el uno y el otro francés, o entre dos patronos, alemán y francés. El proteccionismo lo pedían unos y otros., patronos y obreros, éstos para su trabajo y aquellos para su capital.

Esto en el aspecto estrictamente económico, que en el otro, en el político, en el social, en el sentimental, el mito internacionalista no ha podido sostenerse. De donde ha nacido el nacionalsocialismo, el socialismo nacionalista, tan socialismo como el internacionalista. Han llegado a sentir que la lucha de clases dentro de una misma nación debilita a ésta en su lucha económica con otras naciones. Si aquí, en España, por caso, llegase a establecerse un comunismo agrario, las comunidades agrícolas no podrían competir con la producción extranjera. Y es, hay que referirlo, que una comunidad nacional, de convecinos, de ciudadanos, es más esencial y más natural que un sindicato de clases.

Y aun dentro de una misma nación, cuando ésta no está bien unificada, bien nacionalizada, bien solidarizada, ¿no vemos caso algo análogo? ¿Quién no ha podido observar en regiones, en comarcas, en lugares, hasta en aldeas, la hostilidad del supuesto proletario indígena contra el proletario forastero? ¿Qué quiere decir en la mayoría de los casos, eso de esquirol? Y así es como se han formado dentro de la clase obrera ―de la llamada clase obrera, que ni siempre es clase ni siempre obrera― diferentes subclases o categorías. En rigor clientelas. Y a los obreros cualificados, artesanos, hombres de oficio determinado, han venido a oponerse ―así, a oponerse― los simples braceros, los sin oficio, muchas veces sin domicilio fijo, los condenados al paro.

Y llega un momento en que todos tienen que sentir ―que es más aún que comprender― que lo que hay que organizar no es una de esas llamadas organizaciones de clase, sino la Nación misma, y que el proclamar que el proletariado ha de servir a la burguesía para destruirla es la mayor insensatez de la ignorancia política. Por esas doctrinas ―si es que merecen tal nombre― de la pedantería marxista se va a parar a otra burguesía, la del funcionarismo socialista de estado.

Una nación es un verdadero sindicato natural de producción y de consumo, y tiene que cuidar de que las luchas de distribución, de reparto de producto no empeoren la producción misma. ¿Cabe locura mayor, pongamos por caso, de que los obreros den en restringir su rendimiento? Todo lo expuesto, que es de clavo pasado, que carece de originalidad, nos aclara un curioso fenómeno de mentalidad colectiva, y es el de que estén despotricando contra los fajos y el fajismo precisamente los que los están trayendo.

Y además de todo, ¿qué importa el mote que le pongan a uno todos esos sedicentes defensores de un régimen que no saben ni lo que es régimen ni lo que es defensa?

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