martes, 31 de octubre de 2017

Es para volverse loco

El Norte de Castilla (Valladolid), 12 de agosto de 1933

Es para volverse loco el darse a cavilar si es que los más de nuestros prójimos no se están volviendo tales. ¡La cantidad de alucinados, la legión creciente de los que no comprenden la realidad histórica en que viven, sino como cosa de función de magia, de tramoya! Por donde quierea ven, según sean unos u otros, jesuitas, masones, judíos, comunistas, fascistas… y por su parte los que deberían tener la cabeza fresca y sana, andan con eso de los sospechosos y los peligrosos. Y como si ello fue cosa de doctrinas y de predicaciones de las llamadas sociales. Y como el Gobierno debe repartir sus persecuciones, le es menester proceder contra los de un extremo para que los del otro no le acusen de parcialidad. Aunque para esto ha inventado el cómodo truco de que ambos extremos se entienden.

¿Conspiraciones? Nunca hemos creído en la peligrosidad de ellas. Los que en conspiraciones se meten suelen ser unos pobres ilusos a los que explotan unos cuantos vivos ―no demasiados vivos― que van a sacarse unos cuartejos y a los que se arriman unos cuantos jovenzuelos, deportistas de la revolución, aficionados a la tramoya. ¿Quién ignora el ridículo proceso de todas las conspiraciones revolucionarias para derribar a la Monarquía borbónica, incluso las que acabaron en sangre? La Monarquía no acabó por ellas.

La Monarquía borbónica, la de Alfonso XIII, la de la Dictadura de Primo de Rivera y sus sucesores, como, por la conciencia de sus culpas, se sentía impotente, huyó. Huyó de miedo. Huyó ante unas elecciones municipales que ni prepararon ni organizaron los conspiradores de la tan cacareada revolución; huyó ante unas elecciones en que el pueblo, harto de aquel desasosiego, buscó un cambio. Acogió con cierto entusiasmo la huida de los que huyeron y con expectativa la entrada de los que los sustituyeron. “¡Veamos lo que venga!”, se dijo. Pero los que salieron de la cárcel para ocupar el Poder público no habían tenido en la organización de aquellas elecciones del 12 de abril de 1931 más parte que cualesquiera otros ciudadanos adversarios de la Dictadura monárquica. Y esos mismos que ocuparon el Poder y que habían andado en conjuras y conspiraciones saben mejor que nadie la futilidad e ineficacia de ellas; saben bien que no vienen por ese camino los cambios de regímenes y de Gobiernos. ¿O es que los conspiradores contra la Monarquía toman en serio los complots que descubren o que inventan? O que provocan. ¿Es que toman en serio esos juegos infantiles de unos deportistas formados en el cine? No, eso no puede ser.

¿Que se está formando una tormenta pública encima de eso que llaman el régimen y no es tal régimen? Sin duda. La tormenta se forma encima y en contra de lo que llaman la revolución. Y con ello apenas tiene nada que ver ni monarquismo, que escasamente hay, ni republicanismo, que tampoco le hay. Y si la Monarquía; conciente de sus culpas, huyó ante unas elecciones populares, no tendría nada de extraño que la flamante revolución de izquierdas ―que no es República― huyera también ante otras elecciones, conciente de las tonterías que acumula. Por lo menos las teme. Y el miedo, que es lo que más enloquece y entontece, le hace cometer nuevas locuras y nuevas tonterías. Y ver por donde quiera fantasmas, trasgos, endriagos, encantadores y brujos.

¿No habéis oído, lectores, cómo muchos de esos alucinados por el miedo, atribuyen al dinero de un potentado de los negocios esas conspiraciones que se fingen? Cuando en pleno Parlamento se dijo por gobernantes que o la República acababa con un millonario o éste acababa con la República, comprendimos el peligro que corría un régimen entregado a perturbados mentales, de semejante calaña. Perturbación que aunque se dé en hombres de cierto talento, acusa una cierta deficiencia mental. Y luego hemos podido ver que esos gobernantes alucinados por el miedo, los que de unas Cortes, también en su mayoría alucinadas, arrancaron aquella disparatada ley llamada de Defensa de la República, que esos gobernantes han ido acumulando torpezas sobre torpezas. Persiguiendo fantasmas y sin ver los peligros reales.

Y que no invoquen a la República, porque ésta, la República, no es todavía nada en España. La Monarquía, espiritualmente, dejó de ser; la República todavía no ha sido. No tiene tradición aún. Y hay que hacerla. Y los oficiantes de este régimen todavía no nos han dicho lo que entienden por República. Cada vez que oímos decir: “¡Hay que gobernar en republicano!”, nos decimos: “¿Y qué es eso?” Verdad es que tan socorrida frase ―tópico huero― se suele esgrimir contra los sedicentes socialistas y como si éstos no se declararan también republicanos. Aunque a las veces digan éstos, los sedicentes socialistas, que si la República no les da lo que quieren se lo tomarán de otro modo y aun estableciendo la dictadura del proletariado. Lo que no pasa, claro, de otro tópico de muchachos deportistas del revolucionarismo y no pocos de ellos tan deficientes mentalmente como los que declaraban que si no se acaba con un hombre, este hombre acaba con el régimen de los declarantes.

Es para volverse loco el pensar si lo estarán todos esos que se creen llamados a hacer lo que llaman revolución. ¿Locos? Pero hay dos clases de locuras, una por deficiencia y otras por excedencia mental.”El sueño de la razón engendra monstruos”, dijo Goya.

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