martes, 10 de octubre de 2017

Funcionarismo

Ahora (Madrid), 13 de mayo de 1933

Os hablaba aquí el otro día de superficialidad. Pero en otro sentido que el que le daba yo entonces a este término, en el sentido vulgar y corriente de superficialidad, pocas cosas hay más superficiales que cuanto se suele decir a propósito de marxismo y de marxistas. Se acostumbra, sin más, llamar a los sedicentes socialistas marxistas, cuando muchos de ellos nada tienen de tales, y los más carecen de conciencia de marxismo y ni maldita la falta que les hace para ser socialistas y sobre todo de partido, que no siempre es serlo de doctrina. Y además, ¿qué es eso de marxismo?

Carlos Marx fue un hombre de acción política de partido, el principal autor del famoso Manifiesto, aquel de “proletarios de todos los países, ¡uníos!” y uno de los fundadores de la primera Internacional, la fundada el día mismo —día de San Miguel en 1864— en que nació el que esto escribe. Pero Carlos Marx fue también lo que se dice un sociólogo, un filósofo —hegeliano— de la historia, el formulador de la llamada interpretación económica de la historia, el autor de El Capital. Que no es un programa de partido. Marx pretendió trazar el proceso no sólo que seguía sino que habría de seguir siguiendo la evolución histórica del mundo; pretendió ser —judío al cabo— un profeta. Y profeta científico, que es más grave. Y nunca olvidaré con qué aire de unción allá, en mis mocedades, los obreros que se apuntaban en el socialismo de aquella Internacional hablaban del socialismo “científico” para distinguirlo del utópico. Y luego, al examinarlos, se encontraba uno con que eran más proudhonianos que marxistas, sin conocer ni a Marx ni a Proudhon; que estaban más cerca de los puntos de vista del autor de la Filosofía de la miseria que del autor de la Miseria de la filosofía con que el de ésta respondió al de aquélla. Hegelianos, filósofos, utopistas los dos. Y que por sus utopías viven en la memoria de las gentes.

Marx no provocó más con su obra sociológica el proceso económico histórico socialista que Copérnico, no echó a rodar los mundos. Esto es de clavo pasado. ¿La concentración de capitales? ¿La ley férrea del salario, “principio más bien”, de Lasalle? ¿La lucha de clases? ¿Todos los demás tópicos de la doctrina sociológica, no ya política, de Marx? Son ya muchos los socialistas que. como observadores e investigadores del proceso económico-social, no están conformes con tales explicaciones. Y aquí, en España, hemos oído a dirigentes de la Unión General de Trabajadores y a la vez jefes socialistas —que no es lo mismo— negar que profesen la lucha de clases. Lo cual tanto puede querer decir que no crean que la lucha de clases es la que ha traído el estado actual económico-social cuanto que estimen que no es con esa lucha, sino con la cooperación de las clases como se puede resolver el problema. Si es que éste, como los otros problemas análogos, tiene solución. Porque la historia es un problema permanente —una revolución permanente—, y en cuanto se resolviera es que había acabado.

Y a propósito de esto de la lucha de clases y cuando se habla de formar el frente proletario contra el fajismo, ocurre pensar que hay un fajismo proletario y que lo que se llama fajismo no es ni más ni menos burgués que el comunismo. Hay el capitalista, hay el empresario —colono o rentero en agricultura— y hay el bracero o jornalero. A las veces, el empresario, el cultivador, es el capitalista mismo. Suele suceder que los obreros, los labriegos, v. gr., renuncien al cultivo colectivo, persuadidos de que no saben llevarlo y de que sacarán menos provecho que el salario; prefieren jornal. Y de tal manera tratan, como es natural, de acrecentárselo, que el empresario no puede con la empresa y tiene que abandonarla. Y tras su ruina sigue la del capitalista. Y entonces es el Estado el que se hace capitalista y resurge el empresario, el intermediario, el burgués, en forma de funcionario. Funcionario de fajo o funcionario de soviet. Y los llamados asentamientos de agricultores empiezan por ser asentamientos de funcionarios, de empleados públicos, y así resurge otra burguesía, bien triste, por cierto. La lucha de clases se ha resuelto en una cooperación de clases, de trabajadores de todas clases. Porque el jornalero es trabajador de una clase y el funcionario lo es de otra. Esto empieza en el listero, en d trabajador cuyo oficio es vigilar cómo trabajan los otros.

¿Aristocracia, burguesía y proletariado? ¡Qué cómoda clasificación! Hay no pocos grados intermedios, y siempre habrá que inventar un cuarto estado y un quinto y así sucesivamente. Nada más difícil que clasificar. Y por eso aquella adición: “de todas clases” que se añadió a lo de que la república española lo es de trabajadores, dejó el concepto en el aire, permitiendo que alguien dijera que llegará a ser una república de funcionarios de todas clases, funcionarios de Estado, de fajo o de soviet.

¿Que ello es inevitable? Esto es otra cosa. Pero que no se hable de lucha de clases en el sentido de la sociología marxista. О más bien que se hable de esto, pero entendiendo que según la dialéctica determinista de la sociología de Marx la lucha de clases se resuelve en una disolución de ellas, de las clases, para que... vuelvan a resurgir en otra forma. Vuelvan a resurgir merced al funcionarismo.

Queda la lucha apolítica, la de acción directa, la que va contra el Estado, pero esta misma ¿no habría de acabar lo mismo? ¿No es que acaso el llamado progreso va en noria?

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