domingo, 5 de noviembre de 2017

Sobre un cura pistolero

Ahora (Madrid), 30 de agosto de 1933

Entre el montón de sucesos y ocurrencias —más o menos significativos y más o menos sangrientos— con que cada día que pasa nos brinda la prensa diaria, logró detener la atención de este comentador una noticia llegada de Cuenca el día 24 de este agosto. Decíase en ella que en una aldea, cuyo nombre no hace ahora y aquí al caso, se hallaban en la era unos trilladores cantando el himno nacional y se presentó el cura del pueblo, armado de pistola, maltrató a los cantores y le arrancó las orejas a un muchacho de catorce años. “Desprendimiento de los pabellones auriculares”, decía la noticia periodística. Que se instruía sumario y que el cura no era la primera vez que se pronunciaba públicamente contra el régimen.

Primero: que estaban cantando el himno nacional. Pero, ¿cuál es el himno nacional? Porque himno nacional, nacional —así—, no sabemos que le haya ni le haya habido en España. Oficial, puede ser... La Marcha Real no fue, ni pudo ser nunca, himno nacional del reino de España. Y no pudo serlo porque carecía de letra. Tanto que durante la Dictadura primo-riverana quisieron ponérsela. Y no se le pegó. Un himno sin letra no puede llegar a ser nacional y menos popular. Otra cosa es una bandera que no necesita de empresa o leyenda. Y así se hizo nacional la bandera roja y gualda, que no es —hay que repetirlo— monárquica ni lo fue nunca. La tuvieron por nacional todos los españoles, monárquicos y republicanos. La bandera de la Casa de Borbón era otra: la actual de la República Argentina. Y si no hubo entonces himno nacional tampoco hoy le hay, pese a la “Gaceta”, si es que ésta ha declarado serlo alguno.

¿El himno de Riego acaso? Pero el pueblo español ha olvidado la letra del himno de Riego, que ya nada nos dice. De seguro que los mozos trilliques de esa aldea conquense nos estarían entonando el “¡Soldados, la patria / nos llama a la lid! / ¡juremos por ella / vencer o morir!” Y de seguro también que estarían cantando algún “Trágala” al cura belicoso o acaso la Internacional comunista, y no ese supuesto himno nacional que ha perdido la letra. Por lo demás, es indudable que la música por sí, el aire o tonada, tiene un valor emotivo y hasta conceptual. ¿Y qué si se cantara letra del “Tantum ergo”, del “Miserere” o del “Dies irae” con música revolucionaria? O en sentido inverso.

¡El poder de la música! Tengo de tradición familiar un caso del poder de la música. Pronto hará un siglo que se publicó la “Vida de Jesús”, de David Federico Strauss, que tanto alarmó y conmovió a las conciencias de los católicos. Era proverbial el “Impío Strauss”. Y años después, yendo a confesarse una de mis tías, en Vergara, su pueblo natal, con un fraile exclaustrado, preguntóle éste si había alguna vez bailado —baile de salón, se entiende—, y al contestarle que sí, añadió: “¿Valses?” “También valses”. Y el buen fraile entonces: “¿De Strauss?” Porque entonces bailar un vals de Strauss era como ahora llevar los brazos al aire. (No creo deber añadir que llamarse Strauss en Alemania es como aquí llamarse Gómez.)

Y pasando al cura ese que dice se ha pronunciado más de una vez públicamente “contra el régimen” —otra expresión indefinida y hasta ambigua— no se nos ha informado cómo le desprendió “los pabellones auriculares” al pobre trillique cantor del supuesto himno nacional. No sería con la pistola. Y ello nos hace recordar que cuando el tropel de Judas fue a prender a Jesús, uno de los de la compañía de éste sacó una espada y le cortó una oreja a un siervo del Sumo Sacerdote. Y el Señor le dijo lo de: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada perecerán a espada.” Y esto debía saberlo el cura de la pistola.

Apropósito de la cual pistola voy a relatar otro caso tan sucedido como el del vals del impío Strauss. Y es que a raíz de una famosa peregrinación a Begoña, en mi villa natal de Bilbao, peregrinación que se convirtió en una verdadera refriega entre unos y otros fanáticos de ambos bandos, comentaban el caso unos curas en el gran pórtico —lo que se llama la Novena— de la basílica begoñesa, y uno de ellos, el más evangélico, se mostraba escandalizado de que algún compañero de sacerdocio hubiese acudido a la procesión armado de revólver. “Nuestro Señor Jesucristo —dijo— no usó nunca revólver.” Y el cura pistolero, alzando las manos como cuando se va a bendecir, exclamó: “Pero hombre, ¡qué ignorante eres!, ¿pues no sabes que en tiempo de nuestro Señor Jesucristo no se había inventado todavía el revólver?”

Por lo demás, el celo del cura pistolero conquense, del desorejador, discípulo del de aquella compañía de Jesús cuando éste fue prendido por el beso de Judas, corre parejas con el celo revolucionario de todos esos degenerados mentales y cordiales que se dan a quemar altares de iglesias o a derribar cruces e imágenes de santos y santas. No es cosa, ¡claro está!, de que a estos energúmenos se les vaya a desorejar, pero no estaría de más que se les encerrase de por vida en un manicomio de incurables. Y también estos dementes —pues no son otra cosa— se ponen fuera de sí cuando oyen ciertos himnos o ciertas jaculatorias puramente litúrgicas. Suelen ser de los que se enfurecen cuando creen ver la que se les antoja bandera monárquica.

Y ahora vamos a recordar algunas de las “Máximas para revolucionarios” de Bernard Shaw. “No hagas a otros lo que quisieras que te hiciesen a ti, pues sus gustos pueden no ser los mismos.” “El arte del gobierno es la organización de la idolatría.” “El populacho no puede entender la burocracia: sólo puede adorar los ídolos nacionales.” “El que mata a un rey y el que muere por él son igualmente idólatras.”

El acto del cura pistolero de la aldea de Cuenca es un acto mellizo del que se lanza a descalabrar a quien anda pregonando una de esas hojas que llaman fascistas. Que por supuesto el joven anti-fascista, ordinariamente de una dementalidad análoga al del incendiario de iglesias y derribador de imágenes religiosas, maldito si sabe lo que es el fascio y lo que es el fascismo.

Una vez más y no será la última —¡que ha de serlo!— me creo obligado a decir que lo que más me apena, por nuestra España, es el giro que toman estas luchas que se dicen políticas y sociales, es que de una parte y de otra, de la de unos fetichistas y de la de los otros, sus contrarios, acusa una pavorosa degeneración mental en las llamadas juventudes. Podrán desgañitar cualquier himno nacional o internacional, con letra o sin ella, ¿pero ideas? ¡Ni una! Ni clara ni oscura. Y no digamos nada de los curas pistoleros o de los que se escandalizan de que se bailen valses de Strauss o de que en un verano bochornoso como éste entre una dama piadosa en un santuario, a visitarlo en veraneo, con los brazos al aire.

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