martes, 16 de enero de 2018

Gascuña universal

Ahora (Madrid), 29 de agosto de 1934

Aquí, en Zarauz, frente al mar Cantábrico, golfo de Vizcaya o de Gascuña. De Gascuña, es decir, de Wasconia, ya que la w inicial, gótica o arábiga, dio g inicial. Gascuña o Wasconia, lo que hoy se dice Vasconia, la tierra de los vascos, wascones o gascones. Lo mismo seguramente que uascones, euscones, hoy corrientemente y antes que los pedantes del regionalismo inventaran lo de euzkos —con su k y todo—, euscaldunes o escualdunes, los que hablan euscara o eusquera, vascuence. Gascuña —en francés, Gascogne— es un romanceamiento, común al francés y al español, de Wasconia. Después han venido las puerilidades heterográficas y lo de querer intrigar al forastero —al extranjero sobre todo— con las k, tz, tx y demás. Aquí mismo hay una EVKO ETXEA, así, con la u en ángulo, a modo de cuña, para mayor extrañeza. Inocentes y, a las veces, envidiables niñerías, mientras no les entre a los niños la rabieta. Todos estos batzokis son a modo de fortificaciones de arena que hacen los niños en la playa; la marea se los lleva. La marea de la cultura románica, hispánica y gálica.

En puerto de esta costa cantábrica pisó por primera vez tierra española Carlos Quinto de Alemania y Primero de España, el primer Austria español. Y un puerto de esta costa de Vasconia —Lequeitio— acogió en nuestros días al último Habsburgo imperial, a Otto de Austria, que aun busca trono. De ese mismo Lequeitio partió al destierro, destronada, Isabel II de Borbón. De ese Lequeitio que lleva en la leyenda de su escudo que derrotó reyes —“reges debellavit— y que sometió a horrendos cetáceos —“horrenda cete subiecit”. Vascos, balleneros y marinos de altura y de guerra. Aquí cerca, en Motrico, se alza una estatua —lamentable como casi todas las públicas— de Churruca, que luchó en la mar por España. Y en Guetaria —aquí al lado—, la de Juan Sebastián de Elcano, el que acabó la primera vuelta al mundo todo, emprendida por Magallanes. También una ridícula estatua —parece de don Juan Tenorio—, y posterior el monumento en piedra, de Victorio Macho, al navegante wascón. Alli se lee los nombres de los que con él volvieron, la quinta parte de ellos, vascos. Todo habla de empresas universales y nacionales a la vez de la universal nacionalidad española, la que descubrió, y conquistó, y civilizó, y cristianizó América.

Y aquí cerca, algo tierra adentro, al pie del Izarraitz —que vale: Peña de Estrella—, en el valle de Loyola —que vale: tablazo o explanada de barro—, el solar de Íñigo, luego San Ignacio, fundador de la Compañía —universal—de Jesús dicha. Consabido es que el nombre Íñigo no deriva de Ignacio, sino que es el romanceo de un viejo nombre ibérico: Enneco. Volví a visitar, al cabo de años, su solar, su casa nativa, convertida en santuario. Casa encerrada hoy, emparedada, como un relicario, y sus aposentos, capillitas. Supeditada la arqueología a la hagiografía, la historia a la edificación ritual. Franqueada la puerta —sobre su dintel, dos lobos (o zorros) guardan un caldero—, en una gran placa de mármol, una breve biografía de Íñigo... en eusquera. No en lengua en que él, desprendido de su explanada de barro —del barro nativo—, mandaba a los soldados del rey de España, que con él defendían, contra el francés, a Pamplona; no en la lengua en que dictó sus cartas y escribió sus Ejercicios, no en la lengua castellana de Arévalo. ¿Es que se pretende forjar un San Ignacio chicamente vasco, vasco regional, un héroe de nacionalismo euscaldún? Íbame luego yo escudriñando por estos vallecitos —al dulce ocaso, como de cerámica—, entre estas montañuelas de mi tierra natal, de mi Wasconia, los semblantes de los indígenas con quienes cruzábamos. En muchos de ellos, sello de carácter loyolesco, jesuítico, primitivo: blandura y terquedad. Blando y terco su espíritu.

Y a tomar el sol desnudo —cuando lo está en este clima—, que se mira en la mar desnuda. Aquí, en esta playa, entréganse bañistas de uno y otro sexo a un relativo y discreto desnudismo, sin hacer mucho caso de los aspavientos y reprensiones de los moralistas loyolescos actuales. En la basílica de Loyola no se permitía entrar a mujeres con los brazos —y no más—al aire. Que no les dé el sol, como no le da a la casa en que vio la primera luz Íñigo ¿Desnudez? Ni corporal ni espiritual. Peligroso desnudarse el cuerpo, pero más el alma. Y eso que el casuismo jesuítico, el de los “casus conscientiae”, el de las inquisiciones de confesonario, es el antecedente del psicoanálisis, método de desnudamiento del alma. Mas no para ponerla a su sol. En una conferencia del jesuita español —vizcaíno como yo— ahora más en moda y al que le dicen biólogo, conferencia que se repartía a las puertas de los templos, leemos cómo “puso Dios Nuestro Señor estímulos somático-psíquicos para asegurar la existencia del género humano”, y que “en el plan de la actual Providencia determinó Dios que viniesen los hombres al mundo por vía de generación.” “De la actual”, ¡ojo!, pues podría suceder que, cambiando Dios los inescrutables designios de su Providencia, decidiese que nuestro linaje se continúe por partenogénesis, por brotes o por esquejes. ¡Lo que es la biología jesuítica al servicio de la moralidad sexual! Y con ello no habría que ostentar, como “estímulos somático-psíquicos”, desnudeces provocativas.

Y, después de todo, ¡qué encanto el de poder volver a bañar el alma en corrientes espirituales de su niñez y mocedad lejanas, en la fresca vena que serpentea entre los recuerdos fundacionales en esta recatada puerilidad wascona, blanca y terca; remontar los años hacia infancia y juventud! Infancia que espiritualmente me duró poco, pues entré pronto —y con aguijón pre-herético— en juventud. Y por ello, al repasarlas, al poner mis recuerdos viejos al oreo del aire natal, me duele el que los jóvenes de hoy, los mozos actuales de esta mi tierra, apenas salgan de niños, se queden en luises o estanislaos, no maduren de seso. Pues este aquí hoy llamado nacionalismo ¿qué es sino producto de retraso y aniñamiento mentales? Ni Elicano ni Íñigo de Loyola, como ni Oquendo, se quedaron en semejante niñez. Íñigo no se quedó en luis. Y los héroes meramente regionales de esta mi bendita tierra ¡qué pobre papel han solido hacer!

Y ahora, a tomar el sol frente al mar abierto de esta Gascuña —Wasconia— de cultura civil y religiosa latina, universal. ¿Cruz ganchuda, pagana, cruz mentida? ¡Chiquillada!

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