jueves, 22 de febrero de 2018

Confidencia. De propina

Ahora (Madrid), 8 de marzo de 1935

Al leer el otro día, en busca de alimento para mi trabajo, una gacetilla cualquiera... ¡Y qué de cosas suscitan las gacetillas! Croniquillas, desde luego. Y por ello, André Gide las colecciona. Que un gacetillero anónimo, un reportero modestísimo, puede ser, a su modo, un poeta épico y dramático y un historiador. Al leerla, pues, choqué con una frase hecha —o me chocó, ya que los choques suelen ser mutuos— y al punto me puse a deshacerla. Para rehacerla luego, ¡claro! La frase, trivial, está henchida de expresión inconciente, de un sentido casi en contrasentido con el etimológico. Dice que a un pobre chico “le propinaron una soberana paliza”. “¿Le propinaron?”, me dije. Propinar quiso decir brindar, darle a uno de beber —una medicina, verbigracia—, casi abrevarle. Y tiene, desde luego, relación con propina. Se le da a uno una propina en dinero para que eche un trago —empinando el codo, aunque empinar venga de otro radical que propinar—, para beber, “pour boire”, que se dice en francés, y “Trink geld” en alemán. ¿Propinar una paliza? ¡Bueno, adelante!

“... Una soberana paliza...” ¿Soberana? Al detenerme en esto por poco pierdo el hilo —si es que le tiene— de mi discurso. No lograba domeñar mi fantasía. Me acordaba de la soberana paliza mental que nos propinaron en las Constituyentes con el batiburrillo aquel de las soberanías. Y quise saltar por ello para rehacer la frase antes de hacerla polvo. Porque si con barro de tapial se hacen casas, y con ladrillo casas y hasta torres, con polvo de ladrillos es poco hacedero ello. Es como esos historiadores —por lo común, tradicionalistas— que quieren rehacer la historia con polvo de pasadas instituciones y creencias.

Al llegar acá le estoy oyendo a algún lector que se dice: “Pero, ¿a dónde va este hombre con este saltar de una palabra en otra, de una idea en otra idea? Esto parece más que una marcha, un baile”. Y así es. Y más ahora, que estamos en época de bailes y de fútbol. Y nosotros, los vascos, somos famosos por nuestra agilidad —ya dijo Voltaire que bailábamos en el Pirineo— y por el juego de pelota. ¿No hemos de pelotear con las ideas y con las palabras? Y bailar no es marcar paso de ganso, a la prusiana, para lo que hace falta método. Y método es camino. ¿Método de trabajo?

Veamos esto. Un bailarín y un futbolista son también trabajadores. De su clase, como los pide la República constitucional y soberana. Y yo soy trabajador de mi clase. En mi clase aprendí —y enseñé— a trabajar. ¿Que sin método? ¿Que en individualista anárquico? ¡Bah! Tengo que repetir aquello de que cuando le oí a don José Echegaray que se había dedicado, viejo ya, a la bicicleta por ser ésta el medio de locomoción eminentemente individualista, le atajé diciéndole: “No, don José; el medio de locomoción eminentemente individualista es caminar solo, a pie, descalzo y por donde no hay camino.” Pero; bailar?; ¿bailar en un tablado y ante un público? El tablado es camino todo él. Y el público contribuye al baile. Si es que, en cierto modo, no lo acompaña…

Y al ir ahora a fijar todo esto por escrito y para los demás, para mi público, detengo un momento, para leerlo, mi pluma estilográfica... ¿Pluma? Esta no sé si formó en ala de vuelo; pero de estilo, de estilete algo quiero que tenga. Y al detenerla, y después de leído lo antecedente, cierro los ojos y veo la sangre circular por mi retina, y oigo el rumor de ella por el pabellón de la oreja, y la siento palpitar en mi corazón. Me siento vivir, esto es: trabajar. Y trabajarme. Y siento que trabajamos juntos: nosotros, yo y mi público. Y yo de él. Y así se olvida uno que tiene que morirse. El trabajo —y más en común— hace olvidar que hay que morirse. Y de morirse, morirse de trabajo, de vida. Lo sublime de la muerte del Sócrates del Fedón platónico es que se murió comentando su muerte. Como aquel heroico médico que en su lecho de agonía explicaba su enfermedad a sus discípulos.

¡Trabajo en común! Aquella comunidad de los Hermanos de la vida común que fundó Gerardo de Groote de Deventer, en Flandes, a mediados del siglo XIV se componía de hombres que trabajaban y oraban, laicos, que sin poseer nada propio, rehusaban pedir limosna y proveía cada uno a su sustento por su trabajo, generalmente pedagógico y literario. Fundaron escuelas. Y la generación que educaron en ellas fue uno de los instrumentos más activos del Renacimiento. Mucho les debió la Universidad de Lovaina, fundada luego, en 1426. Y esos Hermanos recuerdan a aquellos primitivos cristianos de que nos habla el libro de los Hechos de los Apóstoles, que tenían todo en común. El tan mentado comunismo cristiano primitivo. El de los flamencos, más un comunismo espiritual que económico.

¿Comunismo espiritual, intelectual? No nos enredemos con lo de comunidad. Que puede una comunidad no ser comunista en el actual sentido corriente. Si es que tiene ya, después del abuso del vocablo, sentido algo claro. Desde luego, cuanto más se lo oye uno explicar a los sedicentes comunistas, menos lo entiende. Y dejando, pues, esto, hay que fijarse en que el público que atiende y sigue a un hombre público, escritor, orador, pensador, sentidor, poeta, forma una comunidad tácita con él y que trabajan y se comunican —más que se cambian— ideas y sentimientos. Siempre que el hombre público —el publicista en casos— no trabaje tan sólo para su sustento económico material —lo que suele decirse “pro pane lucrando”—, sino trabaje para vivir y hacer vivir espiritualmente, para ir olvidando la muerte suya y la de los que le atienden. Pensar, y hablar, y escribir como si uno hubiera de vivir para siempre y hubieran de vivir para siempre los que le oigan y le lean. Aquel gran maestro de historia —Tucídides— que dejó escrito arrogantemente que él escribía ¡“para siempre”! Y esto es verdadero trabajo, energía creadora.

Y al llegar a esto en mis reflexiones me entero de la muerte repentina de ese dechado de trabajadores y de periodistas que ha sido Dionisio Pérez, ejemplo de lo que podría llamarse eternidad cotidiana y comunidad de solitario. Y, casi al mismo tiempo que me entero de la muerte de ese compañero, leo en otra información sobre cosas de Rusia esta frase: “equipo de escritores de choque... para celebrar el plan quinquenal”, y me quedo pensando en ella, tan huera como lo de “crítica de masas”. Una comunidad de lectores no es, desde luego, una masa. Esa cosa informe que llamamos masa. Mas de esas vaciedades, otra vez.

Y aquí tienes, lector de nuestra comunidad, amigo nuestro, aquí tienes una propina de
Miguel de Unamuno.

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