jueves, 8 de febrero de 2018

Don Miguel de Unamuno habla a los niños españoles en nombre del Presidente de la República

Ahora (Madrid), 6 de enero de 1935

Perdón, niños de España, para vuestros mayores

Don Miguel de Unamuno, en nombre de Su Excelencia el Presidente de la República, leerá hoy las siguientes cuartillas en la fiesta infantil que se celebrará en Salamanca para regalar juguetes a los niños con ocasión de la Fiesta de Reyes. Esta breve oración a los niños de España, cuyas primicias ofrecemos, es una de las páginas más emocionadas del maestro Unamuno.

Hoy, el día en que se celebra en el mundo cristiano la Adoración del Niño Dios por los santos Magos —llamados después Reyes— Melchor, Gaspar y Baltasar —fiesta que viene de abuelos a abuelos y de nietos a nietos desde hace siglos—, venimos vuestros mayores —padres, tíos y abuelos— a regalaros juguetes de toda clase —menos pistolas— para que aprendáis a jugar en paz en la vida, a jugar en paz la vida. Y, sobre todo, venimos a que nos perdonéis. A que nos perdonéis muchos pecados contra vosotros y, sobre todo, el de que no siempre os dejemos jugar en paz.

En estos regalos o aguinaldos de Reyes ha puesto su parte aquí, en Salamanca, como en algunas otras ciudades, el señor Presidente de la República de España, haciendo de mago adorador de la niñez, pues cuando visitó esta nuestra ciudad, fue la alegre tropa pacífica de los niños lo que más le conmovió. Y yo, padre y abuelo de salmantinos, he de deciros de su parte —como él, por mi boca, os lo dice en nombre de nuestra madre España— que con este agasajo, con esta fiesta queremos ganar, más que vuestro agradecimiento, vuestro perdón. Perdón, niños de España, para vuestros mayores.

Son muchos los padres que os mandan a la escuela para que no deis —dicen— guerra en casa, para que los dejéis en paz. ¿En paz? La guerra que dais jugando en casa ¡sí que es paz! La guerra condenada, la del demonio, es la que solemos daros nosotros, los mayores. Hay quien se queja de que vosotros, los niños de verdad —no esos chiquillos mal educados que juegan a la guerra civil—, ocupáis y tapáis la calle con vuestros juegos y no nos dejáis taparla con los nuestros. Mejor es que nos echéis de la calle que no el que nosotros os echemos de ella. Y sois vosotros los que tenéis que enseñarnos a jugar. A jugar sin preocupamos de ganar o perder el juego, sino a jugar bien. Bien y en paz.

Os hemos dado mal ejemplo, muy mal ejemplo, y estamos avergonzados de ello. No sé si también arrepentidos. Nos figuramos que nuestros juegos son más serios que los vuestros porque en los nuestros se matan los jugadores. Hay muchos de nosotros que quieren enseñaros nuestros juegos. ¡Decidles que no! Que si os divierte despanzurrar un muñeco para ver lo que lleva dentro, os da rabia y asco el que se le mate a un hombre, a un hermano; el que un padre mate a otro padre por lo que lleva, o no lleva, dentro. Que si os divierte leer en cuentos —cuentos con bonitas estampas—, os dan rabia y asco los cuentos con que nos insultamos unos a otros vuestros padres y abuelos. Decidles que las escuelas de España deben ser las verdaderas Casas del Pueblo y que no queréis que entren en ellas nuestros malditos juegos de guerra civil.

Y ahora voy a tomar la palabra en vuestro nombre y a decir a mis compañeros, los mayores, a decirles con vosotros: “Dejadnos jugar en paz. No queremos estos juguetes si es que no hemos de jugar con ellos en paz y en alegría. No los queremos si es que han de ser comprados con sangre y lágrimas de nuestros padres y de nuestras madres. ¡Con leche y con sudor, sí; con sangre y lágrimas, no! No queremos que nos echéis de la calle y nos encerréis, como al ganado, en las escuelas si es para tapar vosotros las calles y las plazas con vuestros juegos de rabia y de muerte. No dejaremos de daros eso que llamáis nuestra guerra porque queréis que lo dejemos para darnos y daros vuestra guerra. Si queréis que juguemos, que soseguemos vuestro remordimiento renunciad a vuestros juegos de muerte. Y a vuestros juguetes de destrucción. Y no nos enseñéis a amenazarnos unos a otros. Enseñadnos a vivir en paz de trabajo en casa y en la plaza pública. Que España sea una casa de familia. Y entonces os perdonaremos.”

Y ahora os digo yo, niños de España, y os lo digo en nombre no ya sólo del Presidente de la República de España, de la gran casa nacional de la familia española, sino en nombre de ésta, de España, la casa, que no tendremos nosotros, vuestros padres y abuelos, perdón de Dios mientras no tengamos vuestro perdón, mientras Él, el Padre del Niño eterno, no nos perdone. Queremos merecer de vosotros absolución de nuestras muchas culpas. Así sea.

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