jueves, 15 de febrero de 2018

Intermedio lingüístico. Bajo, sobre y desde el barbarismo

Ahora (Madrid), 6 de febrero de 1935

No hace mucho ocupé aquí algo más de dos medias columnas con una consulta sobre si debe decirse y escribirse médula o medula que me dirigió un escritor sevillano. A mi respuesta le puse flecos y caireles. Ni era la primera vez que se me requería a semejante menester. Que no debo rehusar siempre. ¿Tengo derecho acaso a defraudar la curiosidad de mis lectores y la confianza que en me ponen? De ordinario, puedo remitirles a cualquier manual —muchas veces pedal— de gramática o de lexicografía, pero como presumo que a lo que vienen a mí es en busca de los flecos y caireles, es de mi deber satisfacerles. Y ahora se trata de un nuevo caso.

Desde Calahorra, en la Rioja, me escribe un don Angel Díez Oliván sometiéndome un punto muchas veces aclarado, y es si oficialmente es correcto decir “bajo el punto de vista” en vez de “desde el punto de vista”. La tertulia —encantadoras tertulias de casinos lugareños— calificó la frase de “bajo, etc.” de barbarismo. Mas he aquí que mi consultante lee en la prensa que don Santiago Alba emplea el giro igual al que como el contertulio calagurritano descalificado, y de aquí que el señor Díez Oliván se pregunte si “bajo el punto de vista” “es —copio su carta— un barbarismo como creí en un principio”. Vamos a ello y a qué es eso de “barbarismo”.

Aunque el presidente del Congreso de los Diputados no sea, por serlo, autoridad lingüística —ni siquiera es académico todavía—, es, sin embargo, un castellano de expresión muy propia, ceñida, correcta y castiza en nuestro romance, y si empleaba ese giro, es de creer que sabría por qué. Mas lo que presumo es que el reportero que le hizo emplearlo debió de traducirlo a su propio uso reporteril. Como no fuese que a don Santiago, por contagio, se le escapase uno de tantos barbarismos parlamentarios, algunos de feliz ocurrencia, y que acaban por prevalecer. Y por otra parte, el presidente de la Cámara, que habla desde lo alto de su poltrona y desde ella puede mirar hacia abajo a sus presididos, puede, con entera propiedad, decir “bajo mi punto de vista” ya que el suyo, su punto de vista, está —especialmente— por encima de los puntos de vista de los diputados.

Al que desde lo alto de una cumbre mira a lo hondo de un valle, le cabe decir que ve a éste “bajo su punto de vista”, como al que desde lo hondo del valle mira a lo alto de la cumbre le cabe a su vez decir que lo mira “sobre su punto de vista”. Y ambos dirán bien si dicen que lo ven “desde su punto de vista”. Que tan desde es el “bajo” como el “sobre”. No es el caso de otra expresión desatinada, y es la de decir: “bajo la base”. Con lo que quedamos en que lo de “bajo el punto de vista” podrá ser eso que las gramáticas y los diccionarios llaman barbarismo, pero no es, en ciertos casos, un contrasentido.

A propósito de esto de “bajo” o “desde”, conviene tener en cuenta —lo repito— que tan “desde” puede ser el “bajo” como el “sobre”. Como por otra parte lo mismo se puede ir —parlamentariamente sobre todo— desde la izquierda a la derecha que desde la derecha a la izquierda. ¡Qué estropicios exegéticos traen estas metáforas espaciales (no especiales)! En un breve ensayo que titulé: “La vertical de Le Dantec” (aquel ateo profesional y biólogo) y que figura en mi libro Contra esto y aquello —desgraciado título este segundo, el del libro, que me ha hecho aparecer como lo que no soy (yo me he forjado gran parte de mi leyenda negra)— me burlaba del ingenuo racionalista que suponía que hay líneas verticales de arriba abajo y otras de abajo arriba —las líneas—, que recuerda lo del higienista —catedrático, ¡claro!— que enseñaba en clase que las calles cuesta abajo son más higiénicas que las calles cuesta arriba… Cuando se sale uno de la geometría pura para meterse en esas impurezas fisiológicas de arriba y abajo, delante y detrás, derecha e izquierda, todo pensamiento se trastorna. Y se cae en lo de aquel que se preocupaba de si Madrid está más cerca de Barcelona que Barcelona lo está de Madrid. O si Levante es izquierda y Poniente derecha, o al revés. Acertijos encajados en la pereza mental política corriente, a la que tanto le cuesta elevar como bajar la mirada.

En latín, “altus, a, um” quiere decir alto o profundo, según de donde se mire. Para el que mira a una sima desde el borde cimero de ella, la sima es profunda, y para el que la mira desde el fondo de ella, es alta. En latín, en uno y otro caso, alta. Y nos queda en la expresión “alta mar”, que quiere decir “mar profunda”. Aunque la profundidad de una mar no aumente según nos alejamos de la costa, no siendo en primeros trechos. Y viniendo a metáforas, podemos decir que los pensamientos profundos son elevados; que el que ahonda se encumbra.

Y ahora, a lo de “barbarismo”. Que según el Diccionario manual (no muy de mano) e ilustrado (quiere decirse que con estampitas) de la lengua española de la “Real (perdón, lector republicano auténtico; la edición es de 1927) Academia Española” es: “vicio del lenguaje que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o emplear vocablos impropios”. ¡A ver! ¿vicio? Vicio se le llama por aquí (Salamanca) al abono, y los barbarismos han abonado nuestro romance. ¿Vocablos impropios? ¿En qué consiste la propiedad? ¡Barbarismo! Los bárbaros sacaron del latín los romances como del viejo Imperio Latino hicieron el Sacro Romano Imperio; los bárbaros cristianizados hicieron las lenguas vulgares. Los mismos hispano-romanos eran, en rigor, unos bárbaros. Los bárbaros, analfabetos o iletrados, re-crearon nuestros idiomas al cobrar conciencia de ellos, que es más que cobrar simple conocimiento; que es, además, tener de ellos sentimiento, de los idiomas en que se siente y se piensa. Y así el que con plena conciencia de lo que quiere decir “bajo el punto de vista”, empleara este giro desde su punto de oído, lo emplearía con perfecta propiedad. Y sin hacer caso a como hablen las autoridades. Por lo cual me permito recomendar a los de la tertulia de Calahorra y a los de otras por el estilo, que se esfuercen por cobrar, no ya conocimiento, sino sentimiento —y consentimiento— de su lengua madre —madre de su pensamiento— y lo antepongan al uso de los que están sobre ellos así como al de los que están bajo ellos. Y piensen que el pueblo bajo puede mirar hacia arriba y acertar en propiedad. Y que en rigor hay iletrados más entrañadamente cultos que los llamados cultos, que aquellos de que tan desaforadamente se burló Quevedo, el más grande zahondador y desentrañador de nuestro bárbaro romance castellano. Y basta por hoy, pues he de tener que volver a esta mi tarea —tarea política también— de hacer pensar a mis compatriotas en conciente y entrañado romance castellano.

Y, por fin, gracias a don Angel Díez Oliván y a sus contertulios de Calahorra por haberme dado ocasión de escribir un artículo sin paradojas —digo: me parece...—, como las llaman los que no saben lo que quiere decir paradoja. Es que lo he escrito bajo mi punto de vista y de oído lingüísticos, el de que hay que abonar con vicio el romance maleado por los cultismos, ya que contra maleza, abono. Hasta parlamentario. Y ahora a conmoverme con otras cosas, después de haber aflojado la cuerda de la ballesta. Ya la templaré tensa para que entone.


Santiago Alba publicó el 8 de febrero esta contestación a Unamuno:

De don Santiago Alba a don Miguel de Unamuno

6 febrero 1935.
Excmo. señor don Miguel de Unamuno.
Mi querido y admirado don Miguel:

Acabo de saborear su delicioso “Intermedio lingüístico” en AHORA de ahora. Y no resisto a la tentación de dialogar en público con usted. Desde nuestras inolvidables charlas en París, cuando usted, al final de un almuerzo, me regalaba con el postre de sus maravillosos sonetos, apenas si mi espíritu ha podido alguna vez disfrutar de cerca su amena y aleccionadora literatura. Sea bien venida.

Es usted conmigo, una vez más, muy benévolo en su juicio. Pero me ofrece, generoso y hábil, disculpas para un pecado que yo jamás he cometido. No, yo no he dicho nunca, ni en los escaños rojos, ni desde el sillón presidencial, “bajo el punto de vista”, como me atribuye su comunicante de Calahorra. No tiene mérito alguno mi limpieza habitual de lenguaje. Yo hablo como hablan el castellano en Salamanca y en Zamora, en las ciudades y en las aldeas, los profesores y los campesinos. Es un instinto, más que una lección recitada.

Ha adivinado usted el origen de la equivocación que se discute. Echémosle la culpa a los reporteros —esta vez con razón—, a quienes usted alude. Gente moza, culta y simpática, Pero que a veces, por acabar pronto, no repara en la fidelidad de la referencia. Ahora, insistentemente, se empeña en repetir a troche y moche el vocablo “sugerencia”, y lo pone también en mis labios y lo coloca, un día y otro día, en las informaciones de Cámara. Por si acaso surge en la Rioja o en la Mancha otro académico espontáneo, conste desde ahora que tampoco he dicho nunca “sugerencia”. Y que desde esta “poltrona” ―para la que usted tiene una benevolencia tan noble— he proclamado mi aversión al terminillo. Pero... ¡ni por esas! Sigue la sugerencia circulando, día y otro día, de un lado para otro. ¡Ayúdeme usted ahora a exterminarla!

Conste de nuevo mi gratitud para usted. Salvo todos mis respetos a la Academia Española. Pero lo que usted escribe respecto a mi humilde prosa vale tanto para mí como un diploma de aquélla.

A su mandar, mi querido y respetado don Miguel. Siga fuerte y optimista deambulando por esa carretera de Zamora, que evocábamos con melancolía marchando juntos por la avenida de los Campos Elíseos o la ruta de Versalles. Le estrecho las manos con profunda e invariable devoción.

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