sábado, 24 de febrero de 2018

Otra vez con la juventud

Ahora (Madrid), 23 de marzo de 1935

No hace aún mucho me sentí obligado a publicar aquí mismo, en estas mismas columnas, unas amargadas reflexiones sobre la generación española de 1931, y he aquí que acabo de leer un muy bien sentido artículo de Paulino Massip titulado “El problema de la juventud”. No creo engañarme al suponer que lo haya yo suscitado en parte con el mío. De otros, ni quiero ni debo hablar. Massip da cuenta de que los partidos republicanos de contenido liberal y democrático no son capaces de atraer a las masas juveniles. Estas masas, en efecto, en cuanto masas —hay jóvenes que no son de masa—, repugnan lo que llaman el demo-liberalismo, aun sin conocerlo. El conocer exige estudio, y el estudio, sosiego, al que se opone la prisa de llegar. Y la pereza de pensar. “El joven es, en efecto —dice muy bien Massip—, por naturaleza un ser dogmático, intransigente y ambicioso de totalidad… Cuando cree que tiene razón, esta razón es absoluta, sin posibilidad de medias tintas ni de resta en beneficio de una imposible razón contraria.” El joven de masa, macizo —añado yo—, el joven personal busca enterarse, y esto le hace crítico —no de censurar, sino de cerner— y muchas veces... agnóstico.

Y luego escribe Massip estas hondas palabras: “A los veinte años se tiene la impresión —a menudo dolorosísima y muchas veces causa de que se malogren obras de hondos y lentos cimientos— de que la vida útil del hombre es, como decía el clásico, apenas un breve y fugaz vuelo. A los veinte años, la vida no da tiempo para nada. Y no porque la idea de la muerte ponga delante de los ojos una valla, no. El enemigo no es la muerte, sino la decrepitud, la invalidez. A los veinte años se considera a un hombre de treinta como un viejo, y a uno de cuarenta como un anciano. Tan es así que una de las grandes sorpresas de la vida es sentir cómo ésta se dilata a medida que se avanza por ella.” ¡Qué bien, amigo Massip, qué bien! Esto lo sabe el que ha vivido sin prisa de llegar; el que, por haber atesorado recuerdos, le rentan esperanzas a sus setenta años. Luego dice Massip que más que por una doctrina liberal, esto es, crítica, de libre examen, “los jóvenes se sienten arrastrados por programas que les enseñan a decir sí y no con el brazo extendido. Se acaba antes, se va más de prisa y satisfacen mejor las ansias exclusivistas. No hay que pensar, no hay que discutir, no hay que soportar la molestia tan deprimente de que el adversario tenga razón”. ¡Qué bien dicho, qué bien!

Mas eso no reza con los jóvenes de masa o de fajo, de brazo erguido y puño cerrado —como la mollera— o en teatral saludo, a la supuesta romana, presas en dementalidad comunista o fajista. Pude hace poco observarlo en una reunión a que se me invitó y acudí —¿por qué no?—, lo que aprovecharon sus monitores para arteramente echar a volar una especie que se apresuraron a telegrafiar, con canallesco alborozo, a América, y dio lugar a comentarios aquí de quienes no se informan bien antes —lo sentí por el de un nobilísimo, imparcialísimo y generoso amigo mío y coetáneo, veterano periodista—, especie que, según mi costumbre, no quise rectificar ni deshacer. ¿Para qué? ¿Que yo les dije: “Por ese camino se conquista España”? Mas ello me enseñará a no ponerme al habla con tales. Son como los otros, los de la otra banda, que salen con que ya no estoy con ellos. ¿Y cuándo? Ni cuando se figuraban estar conmigo. Pues al repetir lo mismo que decía yo decían otra cosa.

En una revista Critique fasciste —¿fascista y crítica?; ¡qué contrasentido!—, un periodista italiano reprochaba hace poco a los grupos juveniles franceses un exceso (¡¡así!!) de inteligencia, una información enciclopédica y brillante, pero ineficaz; una falta de frescor en el pensamiento. ¡El estribillo de consigna! Y esos estrumpidos contra el intelectualismo suelen serlo contra la inteligencia y suelen serlo por... ¡resentimiento! Como el que dice: “a otra cosa me ganarán, pero lo que es a bruto...”, y no es ni bruto, ¡qué va! Todo ese eficientismo, todo ese frescor —mejor, frescura— no es más que teatro. Y teatro de señoritos aficionados. Liturgias, emblemas, gestos... ¡Sainete!

Unos y otros. Los de los llamados extremos, que no lo son. Y los intermedios. Y ahora recuerdo que en cierta ocasión, unos de grupito litúrgico se me vinieron a pedir explicaciones de algo que les había dicho con un: “¿Qué quiso usted decir con eso?” Y yo: “Me parece que hablo claro; mas, pues son torpes de entendederas y para que no se me vengan con lo de paradojas y camelos, les diré que he querido llamarles mentecatos; ¿está claro?” Y se fueron, al parecer satisfechos de la aclaración y no hubo nada. Otra vez que les insulto. Más me han insultado, unos y otros, alguna vez con encomios de gancho. Y lo harto que está uno de que se enterquen en querer encasillarle y alistarle y en si está con Pérez, con López, con García, con Redondo o con Cuadrado... Pero ¿rectificarlos? ¡Quiá! ¿Para que le estén a uno tirando de la lengua a cada paso que dé? Serían capaces de llegar a su tracción rítmica, como los casos de ahogados. La vieja sentencia: “¡Deja decir y sigue tu camino!” ¡Y cómo los pudo confundir uno de especie al verlos en la montanera, al pie de las encinas!

¡Ay, amigo Massip, cuan difícil estudiar la realidad histórica y educar con el pensamiento crítico, con el libre examen —no confundirlo con el mal llamado libre pensamiento—, con criterio demo-liberal, la pasión de la verdad antes de lanzarse a la acción! ¿Desdén? ¡Ah, no!, que fuera de esas masas de sedicentes jóvenes, de hoz y martillo, o de yugo y haz de flechas, o de compás y escuadra, o de escapulario y cirio, o de cualquier otro cojín (y comodín) de esos para la pereza —por lo común, hija de deficiencia— mentales, fuera de esas masas viven, y sueñan, y sufren los verdaderos jóvenes de espíritu y no de edad tan sólo, y éstos son los que me preocupan y aun me acongojan. Buscan libertad, y verdad, y justicia —todo uno—, y poder mirarlas cara a cara, aunque sea para morir por ello, y no caudillo a quien atar. Los otros... ¡que se rasquen! ¿Está claro? Para ellos, nunca. Mas, en fin, la vida se dilata a medida que uno avanza por ella.

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