jueves, 8 de marzo de 2018

Manganza y demás

Ahora (Madrid), 7 de junio de 1935

He vuelto, al cabo de tiempo, que parece más largo que fue, a pisar los carrejos y pasillos y la cantina y el salón de conferencias —pero no la sala— del Congreso de los Diputados de nuestra República española. Me asomé y arrimé a sus tertulias, de que sentía una cierta morriña, sin duda malsana. ¿A qué iba yo ahora allá? ¿A qué volver a escarbar recuerdos? ¿Qué me llevaba a qué? ¿Acaso buscando asuntos para estos aquí desahogos? Más bien a cultivar este mi jardín y, sobre todo, a regar las metáforas y paradojas de sus arriates. Eso que llama así: metáforas y paradojas el vulgo ilustrado y a que el pueblo llama comparanzas y salidas. ¡Le hace tanta falta a mi ánimo, para poder respirar en este bochorno —nuncio tal vez de tempestad—, aspirar el aliento de comparanzas y salidas, de metáforas y paradojas; poder comparar y así mejor comprender y poder salirse de la corriente central! Que no son otra cosa las salidas —de los que las tenemos— sino un escape de esa terrible corriente que arrastra a los más. Eso que llaman sentido común, padre de los lugares comunes, que ahoga todo sentido propio, padre de las salidas.

Y allí, en aquellos pasillos, y en aquella cantina, y en aquel salón de —digámoslo a la francesa— pasos perdidos —¡y tan perdidos!— oí a uno hablar de tedio. Tedio, hastío. ¡Hastío cuando parece —al parecer, de los mítines de partidos— que las pasiones políticas están en hervor...! Figuraciones. Y luego, en el hondón, cansancio. ¡Cansa tanto el no poder hacer nada de provecho! ¡ Y cansa tanto el holgazanear! Hay que descansar de la holganza. Holganza que se reduce a manganza. Manganza del paro de este gran convento —esto es, asilo— de mangantes que somos España. Mangante —ya se lo figurará el lector, el mío— vale por mendicante. Y hay alguna diferencia de mendicante, fraile o no, a mendigo. La manganza es la mendicancia organizada. ¡Organización sobre todo! ¿Es que no se trata acaso de organizar el paro, de repartirlo y distribuirlo mejor? No el trabajo, sino el paro, la huelga. Organizar la manganza. Y nadie se escandalice, pues cuando sobra gente... Todos a media ración antes que unos a ración entera y otros sin ella. Reparto de pobreza. Y nada ya de parados temporeros, sino todos de plantilla.

“Una cosa es predicar y otra dar trigo”, oí al pasar junto a una tertulia de aquellas, una peña de políticos en paro. “Claro —le dije al que me acompañaba entonces—, como que quien predica es para cobrar, no para, pagar trigo.” “Y usted —me interpeló el acompañante ¿no predica ya en este sentido político? ¿No toma parte en mítines?” “¿Para qué? —le repliqué—. ¡Es tan desairado el ir a pedir la extremaunción, el ir a hacer de agonizante!” Y entonces le saltó la consabida expresión, el terrible lugar común, que ahorra de tener que pensar, la fatídica antiparadoja, lo de: “¡derrotista!” ¡Lamentable consigna! Derrotista se llama ahora al que encara la verdad a los demás. Y me confirmé y corroboré una vez más en aquella vieja sentencia —una de mis favoritas— de que el mundo quiere ser engañado: “mundus vult decipi”. Y, sin embargo, ¡qué fuerza casi sobrehumana, casi divina, le da a un hombre y a un pueblo el ir derecho y con las sienes erguidas a la derrota, cuando la derrota es un deber de expiación! ¡Qué temple de ánimo da el desengaño! El desengaño activo, no el pasivo. Aunque muchos de los llamados pasivos suelen ser de los más activos.

He estado pensando —mejor, cavilando— en eso del tedio o hastío, en relación con el paro y con la manganza. Y lo del hastío me ha hecho fijarme en el bostezo y, por el hilo de mis sugestiones lingüísticas —es la lengua la que en mí piensa—, en el caos. Pues caos —lo he dicho ya por escrito otras veces— no quiere decir originariamente sino bostezo. Y los hay catastróficos, como cuando la tierra bosteza en terremoto. Y en el caos espiritual humano, más que la catástrofe, la revolución, lo íntimo es el bostezo y su vacío. Cosa grave el desperezarse de un pueblo. Que coincide con su desesperarse.

Se dice que cuando vuelven de sus mítines los de derecha y los de izquierda les saludan, al paso por los villorrios, lugares y aun aldeas, mozos en paro, los unos levantando el brazo con la mano abierta y los otros levantándolo con la mano cerrada, a que, según el dicho, le llamaba puño Pero Grullo. Levantan brazos que para el trabajo están forzosamente caídos. Pues se está dando ya el caso de que los más de los mozos que entran en filas —a servir a la República ahora— entran en ellas sin haber estado colocados en trabajo regular alguno. Y ese ademán de alzar el brazo, con mano abierta o cerrada, es también un ademán de desperezo, de hastío, un ademán caótico.

¿Remediar el paro? Todo se quedará en aumentar las plazas del convento asilo que somos España hoy, en aumentar el ejército civil de los mangantes o mendigos regulares y no ya sólo seculares. Mendicantes de Estado como los de antaño lo eran de Iglesia. ¿Y no convendría acaso que estos mendicantes de Estado hiciesen también, como los otros hacían, votos de pobreza, de castidad y de obediencia?

Cuando salí de aquella casa, de sus pasillos y carrejos, de su cantina, de su salón y aledaños; cuando salí con el ánimo más acongojado que entré con él, iba a reanudarse allí dentro, en la sala de sesiones, la discusión del proyecto de ley llamada de Prensa —mejor, ley prensa— y su forcejeo de reñidero de gallos y pollos. No quise oír ecos ni de campanillazos ni de cacareos. Salí al sol de la calle. Y luego, recogido aquí, en un cuarto de hotel, me he puesto a hilvanar estas vagas divagaciones, en que nada es nuevo, ni el hilván siquiera. A regar las comparanzas y las salidas de mi jardín periódico. Que es, después de todo, un consuelo. Y a pensar que el hastío, hijo de cansancio, de que allí se me habló se respira también fuera de allí. Y que en las entrañas de ciertas muchedumbrosas manifestaciones políticas apenas hay sino desperezo de hastío. Ansia de matar el hastioso tiempo y su cansancio.

¿Derrotismo? ¡Bah! Mi mayor cuidado es darme cuenta de la historia que nos ciñe, envuelve y aprieta. Y sin remontarme a Recaredo. Tarea de seguir, que es recomenzar de continuo; arrastre que se hace por arranques seguidos. Contemplar la tradición que pasa y que es la que se queda.

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