viernes, 6 de abril de 2018

Programa de un cursillo de filosofía social barata III

Ahora (Madrid), 4 de diciembre de 1935

Prosigamos por rápidos y breves toques programáticos, meros puntos de apoyo para que el lector se haga su composición de lugar.

No sólo de pan vive el hombre, se repite. Ni principalmente de pan —el hombre, se entiende, no el animal—, sino de ilusión, de ensueño, de esperanza, de historia. “Primero, vivir; luego, filosofar”, es otra sentencia tópica. Pero es que hay un cierto filosofar, un cierto soñar, que es el primer vivir, lo primero del vivir. Se vive de ilusión, de juego, de arte. Llamadle, y estará bien, de religión. Que, en el fondo, es historia. El hombre es un animal histórico y de historia vive. El no dotado de palabra, de lenguaje —aunque sea lenguaje sin uso de lengua, es decir, por señas o por representaciones gráficas y visuales—, carece de conciencia histórica, de representación de sí mismo. Y el hombre —el hombre, ¿eh?— vive como hombre, como animal conciente de sí y de su propia vida, de su representación histórica. Schopenhauer habló del mundo como voluntad y como representación. Mas lo que él llamó representación, la inteligencia, la conciencia refleja, no es otra cosa que la Historia —hija del recuerdo—, la Historia, que tanto desdeñó Schopenhauer. Y es la Historia, aunque se la llame de otro modo, lo que le consuela al hombre de haber nacido, lo que le da conciencia humana, humanidad. Y le libra del hastío, cáncer mucho más devorador que el hambre. Primero, filosofar —o soñar, que es igual—, que es vivir. Y después, seguir viviendo. Tal es la conceptuación histórica, o sea humana, de la Historia.

¡Filosofar! ¡Soñar! Vivir no de pan, sino de conocimiento. La tentación a Ulises por parte de las sirenas no era una tentación carnal o sensual —sexual, si se quiere—, sino una tentación de conocimiento. Le ofrecían contarle cuentos, re-crearle con historias. Era una tentación de conocimiento. Y no tanto lógico cuanto estético. Era algo así como la visión beatífica de los místicos. ¿Qué es la soñada vida futura eterna, la vida del siglo venidero —“vitam venturi saeculi”—, sino una contemplación histórica? Otros tratan de sustituirla por una visión, en esta presente vida, de una sociedad futura. Y otros, de una visión profética del desarrollo histórico de una raza, de una nación, de una patria.

Y ahora esta visión espiritual se convierte en una mitología, en un cuento de nunca acabar, en una religión, en fin. Aunque el cuento sea el de un sueño sin ensueños, un nirvana. Y en esta mitología, en este cuento de nunca acabar, hasta la pena es una especie trágica de consuelo, de un consuelo trágico. Los condenados del Infierno del Dante se complacen, se gozan en narrar —como sirenas— su condena. Cuando Francesca dice aquello de que no hay mayor dolor que recordar el tiempo feliz en la miseria está gozándose, está recreándose en ese recuerdo. Como Paolo y como el Dante y como todo el que lo oye. ¿Infierno? ¿Y eternidad de aquellas penas? Francesca está repitiendo siempre su eterno cuento, su cuento de nunca acabar, pues vuelve a comenzar de nuevo siempre —inacabable (bis)—, y es, por lo tanto, un solo momento inmóvil. Y como momento quiere decir movimiento, un solo movimiento inmoble. El colmo de lo inconcebible. La visión beatífica.

Toda religión es, pues, un cuento de nunca acabar, una historia eternizada. Y esta historia trae un goce parejo al goce carnal o sensual, más bien hermano de él. ¡Cuántas veces no se ha comentado, no hemos comentado, la hermandad de ambos goces! ¡Cuántas veces, cierto sentido bíblico del verbo conocer! Y aquí, en relación con esto, hemos de fijarnos en la relación entre el conocimiento, o lo que es lo mismo, el goce carnal o sexual —lo que se llama pedantescamente “líbido”— y su finalidad —muchas veces inconciente— económica, o sea la procreación. El “creced y multiplicaos”. ¿Se multiplica el hombre para gozar en multiplicarse o goza para la multiplicación? ¿Cuál el fin y cuál el medio?

Y aquí se nos atraviesa Malthus. Malthus y Ricardo son los verdaderos inspiradores de Marx. De su dialéctica, Hegel. Y se nos presentan tres posiciones de conciencia frente a éste, el problema básico. Los unos (A) tratan de acomodar la procreación a los medios de subsistencia. No hacen más hijos que aquellos a los que se cuenta con poder mantener. Y en casos, no hacerlos. Y para ello, la abstinencia y continencia. Y algunos —es caso extremo— se dicen: “¿Para qué multiplicarse si se ha de acabar el mundo?” Es el ensueño del milenio. Y viene el elogio de la virginidad como el estado en sí, por sí, más perfecto. Y hasta la aberración atribuida a Orígenes y que concuerda con lo que en el Evangelio según Mateo se le hace decir al Cristo, y es que si hay capones de nacimiento, otros lo son hechos por sus prójimos y otros que se castraron a sí mismos por el reino de los cielos; y añade que quien pueda entender que entienda. Y en tanto se sueña el conocimiento puramente espiritual, el amor místico, la contemplación infusa y solitaria, la visión fuera de la Historia. Visión llena de ausencia.

Los otros (B) predican dar rienda suelta a la procreación y a la vez a la destrucción; engendrar hijos para que conquisten el mundo matando a los hijos ajenos y haciéndose matar por ellos; levantar un gran panteón, un soberbio monumento funerario —como las Pirámides de Egipto, Escorial faraónico— a la gloria histórica nacional y perecer a su pie el pueblo todo; hacer de la Tierra un inmenso camposanto con un epitafio que diga a las estrellas la grandeza de la humanidad agotada. Y si la anterior posición (A) es la ascética —acaso mística—, ésta (B) dicen que es la heroica.

Y nos quedan los terceros (C), los que anteponen a todo el goce sensual, y a éste supeditan la propagación de la especie. Estos tratan de refrenarse, no de reproducirse, sino deproducirse en goce, que es, por sí mismo, su finalidad. Sin detenerse ante perversiones. Y ésta es la posición que llamaremos hedonística, y cuando se refina, estética.

Los ascetas, los héroes y los estetas han elaborado sus respectivas religiones, que se entrecruzan, se entremezclan y se combinan. Nos falta, pues, escudriñar lo que sean religión ascética, religión heroica y religión estética, y verlas en la Historia a las tres, y los odios y los amores, las gracias y desgracias que engendran. Y siempre que lo primero es filosofar, soñar, ascética, heroica o estéticamente, y que esto es vivir. Y llegar a la concepción histórica de la Historia, que culmina en la guerra. A verlo.

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